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El médico nuestro de cada día

9 de Marzo del 2017 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

El Médico de las almas de los católicos es el sacerdote. El del cuerpo físico, en casi todas las civilizaciones, es un profesional que practica la medicina intentando mantener y recuperar la salud de los humanos. Tanto el médico de las almas como el galeno del cuerpo son seres humanos más o menos inspirados por Dios y, por tanto, provistos de opulencias y miserias.

El médico del cuerpo se pudo pasar hasta doce años de ininterrumpido estudio y sacrificio (si todo le va sobre ruedas), hasta poder verse con el MIR en su poder o conseguir una especialidad para optar a un destino y comenzar a practicar la medicina. Además nunca terminará de formarse, teniendo que estudiar diariamente y durante toda su vida laboral.

El médico de cabecera que nos atiende (siempre al pie del cañón, tanto en la zona rural como en la urbana), es el primero por el que debemos pasar para que valore nuestras dolencias para hacernos seguir el curso que estime; bien recetándonos la medicina adecuada o bien enviándonos al hospital o al especialista correspondiente.

Ellos, sin duda, aparte de su responsabilidad, que no es poca, en los últimos años vienen luchando a mano partida con tres enemigos mortales, a los que les cuesta muchísimo poder mantener a raya para ver cumplidas sus funciones encomendadas por la administración. Esos duros adversarios son: la vejez, los recortes sociales y la desconsideración.

La vejez.- Temible e inevitable que sufre la población occidental. Por tanto es claro que a más vejez más necesidad de acudir a la ayuda de la medicina. La palabra vejez, que hace tiempo se huye de ella, suele ser sustituida por otros calificativos como tercera edad, mayores, así nos parece menos problemática y todos contentos.

Los recortes de la administración.- A algunos no les gusta que les llamen tijeretazos, pero sí lo son. Más veces de la cuenta nuestros mandantes se decantan por alguna que otra definición más acorde, más liviana, menos molesta, más aceptable y que cualquier día de estos bien podía ser bautizada como por ejemplo: disminuciones del encaje aplicativo no necesario para la salud de la ciudadanía.

Todas estas realidades hacen que las salas de espera de los médicos, sobre todo en invierno, motivado a gripes y catarros, estén abarrotadas de pacientes siendo un solo médico, muchas veces, incapaz de disponer de tiempo físico necesario para hacer debidamente su trabajo con la profesionalidad requerida.

La desconsideración.- Nuestros médicos no tienen necesidad de descansar, disfrutar de vacaciones y estar con su familia. ¡Ah!, tampoco debían enfermar nunca para evitar ausentarse del trabajo. Cuando incurren en alguna de estas faltas, más veces de las debidas sufren nuestras iras en forma de reproches y críticas; apareciendo algunas veces la violencia desenfrenada, siempre falta de razón, para tratar de castigarlos con virulencia; bien física o sicológicamente.

En Figueras, nuestro médico de cabecera actual (Dra. Milvia Batista) también sufre, por parte de algunos pocos, críticas fuera de toda lógica. Esos pocos críticos, antes de lanzar sus dardos, debieran pararse a conocer la realidad. Los que vivimos aquí, por esta parte de nuestro querido y muchas veces olvidado Occidente, a poco que observemos podremos ver a la doctora, muy a menudo, terminado su horario laboral y a horas intempestivas (algunas veces con su coche no bien aparcado) visitando a aquellos pacientes que por su salud no pueden acudir a consulta y a los que no tiene tiempo de visitar en horario de trabajo. Los días que la Dra. Milvia está ausente, supongo que con autorización ya que en su silla siempre hay un médico sustituto, se puede comprobar que su consulta está prácticamente vacía. ¿Por qué será? La respuesta es obvia: la inmensa mayoría de sus pacientes la quiere a ella y solo a ella como su médico.

Si queremos tener más fluidez, rapidez y atención en nuestras necesidades médicas, si es que eso puede ser posible, no matemos al mensajero que ninguna culpa tiene. Presionemos a la administración exigiéndole que refuercen la consulta con otro médico. Pero, ¡mucho ojo!, señores protestantes, piénselo bien antes, que con los tiempos y avances que actualmente corren en materia informática y de presupuestos, no vayan a concedernos nuestras delicadas exigencias enviándonos un robot-médico y, entonces, será el crujir de dientes.

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