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El precio de la sidra

28 de Febrero del 2017 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

Andan estos días los lagareros asturianos, a la par que los hosteleros del sector de la sidra, especulando sobre cuál debería ser el precio de la botella de sidra natural tradicional o, dicho de otra manera, la de escanciar de toda la vida. No es ninguna novedad, ya que, sabido es desde tiempos inmemoriales, todas las subidas de precios de la bebida regional por excelencia, sin excepción, siempre han venido precedidas de la oportuna rumorología tendente a mentalizar al sufrido consumidor de que tendrá que aflojar más su faltriquera si quiere seguir disfrutando de este producto. La técnica es tan sencilla como sibilina: mientras que los lagareros abogan por que se duplique el precio, los hosteleros se apuntan a una cierta contención, con subidas más moderadas; así, pues, pasado el primer susto, nadie se extrañará que, en breve, tengamos que poner 3 euros encima del mostrador para que nos sirvan una botella de sidra; total, un 20 por ciento superior al precio actual del mercado. A pesar de ello, no faltará algún inocente que, influido y confundido por las tendenciosas e interesadas declaraciones de los principales agentes del negocio, pueda hasta sentirse aliviado por la moderada subida. Claro que si se comparase este incremento, momentáneamente hipotético, con los pactados en los diversos convenios colectivos firmados en nuestra provincia, que, en el mejor de los casos, no llega más allá del 1,5 por ciento, o el exiguo y miserable 0,25 por ciento con el que se despachó a los pensionistas, la opinión podría ser muy diferente.

Los amantes de la sidra que por razón de tener ya una edad provecta hemos vivido la evolución de este sector desde hace muchos años sabemos bastante de las frecuentes quejas de lagareros y hosteleros lamentándose de los escasos beneficios que les proporcionaba el negocio, en clara y manifiesta contradicción con los signos externos que indicaban todo lo contrario. No conozco ni un solo lagarero acreditado que no haya hecho importantes inversiones en sus instalaciones, modernizando sus procesos y ampliando de forma sustancial su producción. De igual forma se podría dar fe de muchas sidrerías que, partiendo de locales modestos, en un plazo relativamente corto de tiempo se han convertido en florecientes negocios, ampliando locales y servicios de restauración. Todo ello, casualmente, teniendo como protagonista la sidra.

Si bien es cierto que los lagareros ponen la botella de sidra a los hosteleros a un precio aproximado de unos 70 céntimos de euro, también es verdad que compran la manzana a un precio medio no superior a los 20 céntimos de euro por kilo (coste estimado en base a una mezcla del 50 por ciento de producto autóctono y 50 por ciento de importación, nivel que se reduce significativamente a medida que se aumente el porcentaje de éste último, dado que su cotización es inferior a la mitad del que se paga en Asturias), lo que, teniendo en cuenta que un kilo de manzana proporciona una botella de sidra, hay margen considerable para el beneficio. En cuanto a los hosteleros sidreros, que actualmente, salvo contadas excepciones, están poniendo la botella de sidra en sus establecimiento a un precio de 2,50, con un beneficio superior al 250 por ciento, se quejan de que no es suficiente para compensar los gastos que supone el servicio de escanciado. Lo que no dicen es que si no sirviesen la sidra, que es el leitmotiv de un enorme porcentaje de los clientes que acuden a sus establecimientos, no tendrían las mesas llenas de comensales ni las cocinas estarían atizando a toda su capacidad; ahí es precisamente donde obtienen el mayor beneficio, nada despreciable a la vista de la proliferación de locales de estas características que se ha producido a lo largo de estos últimos años. Todo un entramado creado alrededor de la sidra, sin cuya presencia sería difícilmente sostenible.

Seguro que, con mayor o menor frecuencia, seguiremos asistiendo a las lamentaciones de productores y expendedores de este particular mundo de la sidra, y no precisamente porque el negocio haya dejado de ser rentable, sino porque, como es patrimonio del ser humano, nunca estarán suficientemente satisfechos. El problema está en saber dónde se encuentra el límite al que están dispuestos a llegar los consumidores finales, aquellos con los que nunca se cuenta y que, a la postre, son los únicos que pueden acabar con tantas especulaciones, poniendo coto a la producción de esta particular gallina de huevos de oro.

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