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Bill Gates contra la Revolución Industrial

13 de Abril del 2017 - Eduardo Fernández Quiñones (Grado)

Filosóficamente equivocado. Empíricamente, más bien.

Buscaba un titular y, tal cual está la industria de la información, le dan una importancia de autoridad, cuando debieran informar y explicar que no la tiene.

Parece ser que seguimos pensando en la dichosa edad y siglo aquel tan noble, que Cervantes decía, en que se mataba de tú a tú y a buenos tajos de noble acero. A nadie le importa el piloto de un dron cuando padecen del mismo remordimiento del que mata a tiro limpio y alcance de pistola. Esto sin olvidar que las ejecuciones selectivas que puso en marcha Obama fueron dirigidas contra civiles, a quienes nadie juzgó y ningún tribunal condenó por ningún crimen. Cosas de la vida moderna que todos aceptamos sin rechistar por el aquel de que la hegemonía cultural reinante nos dicta que estamos del lado de los buenos. Dicho esto sin defender a ningún islamista, sea moderado o no.

Aquí el tío Billy sale con que las máquinas quitan puestos de trabajo. Venga, lancemos sabotajes a los engranajes o algo. Ocurre que Mr. Gates se ganó la vida, una buena, con máquinas que reducen puestos de trabajo superfluos a costa de crear otros por el aquello de fabricarlas, mantenerlas y programarlas.

La frase de propaganda es contra los robots. Bichos inservibles sin el millardo de gentes que los diseñan, fabrican, mantienen y programan.

Sólo en la pinza que recoge tornillos y los deja en otra bandeja participa gente de toda clase de educación y condición: desde el último de los operarios de fundición, ingenieros químicos expertos en producción de materiales sintéticos, físicos que sepan de resistencia, mecánicos, ingenieros de software y hardware en todas las ramas, incluidos los que inventan esas cosas mágicas que procesan las imágenes de las cámaras y que vienen de ramas dispares como la percepción visual o la matemática...

En una planta de montaje de placas base o de coches, hemos llegado al punto de que es imposible trabajar con la precisión de una mano no mecánica y en la línea se gasta más en supervisar lo montado que en el proceso primario en sí.

Es la risa estudiar en asignaturas con nombres tan rimbombantes como Gestión de la Producción la historia de cómo se llegó a tal o cual proceso productivo y el nombre que se le dio a uno o a otro en Japón o Yankilandia. El resumen de todos ellos era: simplificar tareas y materiales porque somos tontos o, de puro monótono aburrimiento, la cagamos en uno de los tres pasos que hay que repetir mil veces por hora en una cadena de montaje. La revisión del trabajo hecho y que la tarea sea mínima y atómica era el resumen de todos.

Y en eso andamos. Y en eso andaba Billy: haciendo que las nóminas se hagan solas o a golpe de pocos clicks y pocas teclas, olvidando el papel de calco y la revisión de infinitas tablas de números incomprensibles, hasta el punto de necesitar cientos de personas trabajando a fin de mes para que a cada cual le llegue su nómina el día que le tiene que llegar.

Por supuesto que si no llega la nómina, será que alguien la pifió, alguien no supervisó, etcétera.

Estamos en ese puntito de la Revolución Industrial en que estaban las hilanderas de finales del XVIII o por ahí, más o menos, cuando los telares empezaron a ser mecánicos y hasta programables. Estamos, en realidad, en cualquier puntito de la historia en el que una nueva tecnología sustituye a otra por ser más asequible, popular o útil. Parecerá tonto, pero oí por ahí que el lápiz de grafito (carboncillo en sus inicios) generó resistencias, no contra la utilidad del aparato, mas contra la indignidad de lo que pudieran escribir los zarrapastrosos que, ahora, podrían aprender a escribir de lo barato y fácil. Mismo argumento sobre el matar digno de Cervantes que el de Bill Gates sobre cuál es mejor o peor oficio o cuál es más perro de ir sustituyendo. Y pasa esto en cada siglo dichoso y cada venerable generación que se retira. Y, seguro, comer con cuchara y tenedor ya lo damos por sentado a pesar de lo gratificante que es llevarse a la boca una costilla enmarranándose uno de grasa los mofletes... Pero a nadie ya le da por decir que antes se comía mejor por comer con las manos, porque ya nadie se acuerda de lo que es eso ni se tienen diarreas, o qué sé yo qué, por falta de higiene.

En resumen: cuéntense puestos de trabajo y veremos.

Otra cosa es que, claro está, las máquinas se tasen en sitios donde sólo las pueden importar porque no tengan el nivel tecnológico de una economía protegida como la yanki, con un presupuesto armamentístico capaz de inventar y exportar internet al mundo para que el mundo lo tase, no desarrolle nada por las cagas a la nueva adquisición y todo revierta en ganancia de las empresas que nacieron y crecieron a la sombra de Darpa y su puñetera familia, donde las inversiones y deudas son comunistas y los beneficios, privados.

Es otra forma de verlo.

Digo yo.

Sea.

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