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Reflexiones sobre el laicismo

9 de Enero del 2010 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Se habla mucho últimamente de laicismo, algo menos de aconfesionalidad. ¿Son términos intercambiables? La Constitución establece que en el Reino de España ninguna confesión tendrá carácter estatal (Art. 16, 3). Eso es aconfesionalidad y en eso están de acuerdo hasta los obispos. Al comienzo de la transición alguna formación política pretendió salir a la palestra con apellido cristiano (como los social-cristianos en Alemania y Bélgica o la Democracia Cristiana en Italia); el cardenal Tarancón se encargó de disuadirles. Cuestión distinta es si la aconfesionalidad del Estado debería implicar también que a la Iglesia la sostengan exclusivamente los católicos. ¿Ni un euro del Estado para el clero?

Podría ser un planteamiento válido siempre que el principio se aplique con carácter general, pues aplicar los principios ad casum es contradictorio y fuente de discriminación. Al lado de la casilla de la Iglesia, en la declaración de la renta, tendría que venir la del PSOE, la del PP, la de CCOO, le de UGT y la de tutti quanti; que cada capilla viva de sus feligreses. Las televisiones, del anuncio y del televidente; el cine, de la taquilla; piscinas y polideportivos, de los usuarios; los festejos, de los chigres y festeros. ¿A santo de qué van a pagar unos las devociones y los consumos de otros? Que cada palo aguante su vela y lo que sobre (que iba a sobrar tela), para I+D. Pero ojo, que hay muchas devociones y beaterías profanas y no pocas creencias, credulidades y supercherías ateas (todas encantadas de hacerse financiar por el Estado).

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El laicismo es harina de otro costal y el costal viene de Francia (de donde suelen venir o a donde vamos a buscar las cosas escabrosas); llega con la virulencia de los sarampiones tardíos y lo quieren aplicar aquí, con la intemperancia y el exceso de los conversos, las damas y caballeros de una tabla muy redonda que preside ZP, el doncel inmarcesible de las ansias infinitas. Según ellas y ellos, cualquier manifestación de carácter religioso menoscaba la laicidad del Estado. Si se les argumenta que existencia y manifestación vienen a ser sinónimos (porque a ver dónde vas a existir si te expulsan del tiempo y del espacio), se ponen muy metafísicos y sentencian que lo religioso pertenece al ámbito de la conciencia. Deben de querer decir que se trata de un fenómeno de experiencia interna; algo así como la aritmética. Son tan sutiles y kantianos.

La neutralidad religiosa del Estado que invocan es puro cuento; el laicismo no es más que el maquillaje europeo, la harina con que se empolva las patitas un lobo muy castizo, el del viejo y bronco anticlericalismo ibérico (y aunque vengan de otro cuento, tampoco faltan las caperucitas rojas muy cristianas, encantadas en franquearle la puerta al lobo, pues deben de estar de la abuelita hasta el gorro). Estos integristas del laicismo han oído en alguna parte que la religión es el opio del pueblo. Y si han prohibido el tabaco en los espacios públicos, ¿cómo no habían de prohibir el opio? Sobre todo pensando en los menores. La religión es, por supuesto, la católica; las demás son sucedáneos. Así que a por la Iglesia. Tan convencidos están de que la religión que combaten es la verdadera que en los ayuntamientos de izquierda ya empiezan a administrar bautizos civiles (Cerolo, después de hacer la primera comunión en la parroquia de Entrevías, anda por ahí bautizando por su cuenta). Hasta han impuesto a la chavalería una catequesis obligatoria de contravalores y descreencias. Solo les falta decir a estos nuevos jacobinos la Iglesia somos nosotros. El Estado como religión; el Estado total. En el fondo, so pretexto de combatir el opio, ¿no estarán buscando introducir la heroína?

Sin duda que esa detestación tan hispánica de lo católico tiene raíces históricas y antropológicas profundas y enrevesadas, pero siempre será un misterio que el hecho de que algunos se obstinen en creer y en esperar pueda cabrear a otros hasta el furor persecutorio (cosa bien distinta de considerar el objeto de esa fe y de esa esperanza improbable, inverosímil o, si les parece, absurdo). Aquí se está pidiendo que la homofobia sea castiguada como delito, mientras la cristofobia es tenida por muy progre y meritoria. El antisemitismo, tan perseverante y arraigado, hoy en día se disimula y apenas osa dar la cara (algo hemos avanzado); el anticlericalismo más burdo y agresivo se exhibe en cambio, entre nosotros, como una seña de identidad de lo políticamente correcto.

Pensando en los menores. La sentencia de Estrasburgo pone sangre en vena a los cruzados del laicismo. Hasta el punto de que no pueden cargar con tantas cruces a la vez. Lo explica muy bien Tardá: -Se hará por etapas; empezarán por los centros públicos (para lo cual tienen que empezar por reponerlas, pues hace más de 20 años que no se ven cruces por allí, pero las sentencias están para cumplirlas); seguirán los concertados, financiados con fondos públicos; y después el resto. Donde se van a poner morados a cargarse cruces es en los cementerios (espacio público por antonomasia do llegados son igual los que viven por sus manos y los ricos) ¡Y que nadie se hubiera percatado hasta ahora del trauma que acechaba a las criaturas, rodeadas de un mar de cruces, cuando acuden por ejemplo al entierro del abuelo!

Tendrán que visitar además más de cuatro casas, pues dejan claro los papaguenos magistrados del tribunal estrasburgués que, frente al derecho de los padres a educar a los hijos en las propias creencias y valores, prevalece la libertad de los hijos de no hacer ni puto caso de la catequesis paterna. Así que un día puede sonar el timbre muy temprano y ya no será el lechero sino los agentes de Tardá: -Buenos días, señora. -Buenos los dé Dios ¿Qué les trae por aquí tan de mañana? -Tenemos una denuncia contra ustedes. ¡¡-¬¬¬¬¬¬¬¬-?? De su hijo, que lo quieren hacer cristiano. Así que venimos a llevarnos al Cristo en nombre de la ley.

Pero, en vez de adelantar acontecimientos, tranquilicémonos con Bono (ese católico tan bueno que lo más auténtico que tiene es el pelo postizo): -Me tranquiliza oírle al Presidente que la retirada de los crucifijos no está entre las prioridades del gobierno. Así que de momento no habrá deportación de crucifijos; seguirán provisionalmente confinados en el ghetto del oprobio. Cuestión de etapas.

Y qué me dicen de las catedrales. Pues si una escueta cruz en la pared amenaza la libertad de los menores, ¿qué no amenazarán esas soberbias catedrales plantadas en el corazón histórico de las ciudades? La de Oviedo sin ir más lejos; cualquier pandilla de chavales se la puede topar de sopetón al volver, ya entrada la mañana, de un inocuo botellón ¿Quién nos garantiza en esa circunstancia que, ante ese poema romántico de piedra, delicado himno de dulces líneas de belleza muda y perenne, un menor de aquellos no conciba un pensamiento trascendente o hasta sucumba a la oscura tentación de penetrar en su interior? ¿Y qué harán aquí con Covadonga? Covadonga, que es el sitiu donde pudo nacer Dios/ y si no nació sería/ porque no se i ocurrió. Será cosa de ir buscando un amplio consenso par cerrar Covadonga mientras se promociona Rodiezmo.

Pero los jueces del laicismo sostenible no pueden atar tantos cabos a la vez; las catedrales irán en la próxima sentencia. Entre tanto, a dos pasos del parlamento europeo y del tribunal de los derechos humanos y de la flauta mágica, alza la torre de la catedral de Estrasburgo su impúdico desafío de 142 metros. Los primeros cruzados del laicismo, los talibanes de la Revolución francesa, entronizaron en aquella catedral el culto de la diosa Razón, servida por un cabildo de casacas y pelucas. Es dudoso que el ardor de los nuevos ilustrados alcanzara para tanto. Puede conjeturarse en cambio que tendría todas las bendiciones del alto tribunal la propuesta de mantener como única religión de Estado el culto a San Pancracio, santo protector de todos los lucros. Tiene muchos devotos en la cofradía de los políticos; sobre todo en el entorno de la Generalitat, que son los que más cobran (y destacan entre los que más roban).

Tiene huevos sin embargo que sea Tardá, un separatista catalán metido a sacristán (feo, ateo y sentimental), el que venga a decirnos a los españoles dónde podemos poner los Cristos y de dónde los tenemos que quitar. Pero que no se desanimen los progres de cualquier pelaje (creyentes, ateos, agnósticos o paranormales); el masoquismo es sostenible por naturaleza: siempre se puede caer más bajo.

Y uno piensa entonces en aquel cura de un pueblo de León que seguía vivo al pie de su iglesia, después de que una racha de laicismo radical lo precipitara desde el campanario. Ya en el suelo, los laicistas, muy pedagógicos, le daban una última oportunidad de entrar en razón mientras le encañonaban con los mosquetones: -Anda, hombre, cágate en Dios. Y el cura, muy poco razonable: -¿Sabéis lo que os digo? Que no me sale de los cojones. Tuvieron que rematarlo. (Aquellos laicistas eran intransigentes en cuestiones de libertad religiosa y extremadamente puntillosos en la defensa de la legalidad republicana). Los talantes se decantan. ¿Ya están aquí los tiempos en que habrá que escoger entre el señor Tardá o aquel cura de León?

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