Los ojos del chico del chaleco rojo
Dos bastones blancos comenzaron a tantear el asfalto de la calle Camino Real de Colloto, dos ancianos ciegos se acababan de incorporar a la manifestación de viernes diez de marzo. En las proximidades, él nos observaba: uno de los muchachos que asaltó a la trabajadora del centro social en esa misma semana. Llevaba un chaleco rojo. Delante y detrás de mí, muchas personas desfilando en silencio. Solo se oían los pitidos de los silbatos y los mensajes de las pancartas pidiendo que Colloto volviera a ser lo que siempre fue: un buen lugar para vivir.
Al frente de la manifestación y a su cierre, la policía velaba por esos vecinos que, hartos de sufrir diariamente la barbarie de personas que aún no han aprendido a convivir pacíficamente, habían decidido decírselo. Cara a cara. Sin miedo.
Al llegar a la altura del centro social nos reagrupamos. Toda la rabia contenida, el miedo pasado durante estos meses, los deseos de aplicar el Ojo por ojo, diente por diente habían sido trasmutados y al grito de: Paz en Colloto, la paz es salud, supimos que éramos mucho más que unos vecinos que comparten un entorno, éramos los defensores del futuro de un lugar. Como le dijo una de las organizadoras a unos niños: Esto lo hacemos para vosotros, para que podáis crecer en paz.
Cuando regresábamos a nuestras casas me preguntaba cómo se verá la vida a través de los ojos del chico del chaleco rojo. Después de esa impresionante manifestación del sentido común, ¿habrá cambiado en algo en él?
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