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España, entre la desmemoria y el adoctrinamiento

15 de Marzo del 2017 - Julio L. Bueno de las Heras (Oviedo)

Resulta una casualidad sarcástica, muy probablemente ajena a su autor, el que una tribuna dedicada a "La España desmemoriada" se haya publicado en este periódico precisamente en la víspera de un 11-M, nuestro particular día de la amnesia. O si lo prefieren, día de la infamia o día de la omertá, conmemorado con atrezo verde y algún que otro evento coreado por un silencio corderil que contrasta escandalosamente con nuestra resabiada y endémica incredulidad, particularmente ante las verdades oficiales (más aún ante amagüestos, rocamboles y señuelos de escandalosa tramoya), y nuestra sesgada proclividad a una justicia universal que no entienda de olvidos ni de puntos finales (para los enemigos, por supuesto). Todo parece poner aquí en evidencia una rara sintonía o un pacto subliminal sistémico del sistema, del régimen entre todos los que saben algo pero ignoran lo que otros saben y lo que saben de lo que ellos saben y ocultan; entre los que cometieron crímenes, los que cometieron errores, los que manipularon y los que se beneficiaron del caos. Y todo a los acordes de una directiva juris(im)prudente: España no está preparada para conocer la verdad (cita literal), ominosa sentencia que no ha levantado en puños, consignas, pancartas y barricadas al indómito pueblo español, a pesar de que Franco no lo habría sabido decir ni más alto ni más claro.

Y, a propósito de Franco: No sé si España está o no preparada, o si los españoles queremos o no quieren conocer verdades tan corporativamente incómodas para izquierdas, derechas, centros, separatistas, castas antisistemas y terroristas reconvertidos, jubilados o durmientes. En este atípico e infrecuente consenso nacional sí parece que sigue funcionando el fair play de la Transición (con mayúsculas). Transición que se me antoja traicionada en su misma esencia desde fechas recientes y, consecuentemente, degradada de pacto sustancial de concordia a acuerdo instrumental impostado, revisable o caduco, e incluso indeseable, al menos en alguna de sus componentes, como las que en el citado artículo se consideran causa de amnesia histórica.

En ese contexto de reproche a la desmemoria, su autor cree que hay un manto de olvido y una carencia del reconocimiento debido a la Segunda República española y a su simbología, por contraposición a una insultante permisividad habida hacia el franquismo y la suya. Yo creo, aunque puedo estar equivocado, cuestión de sensibilidades, que lo que existe es una benévola mitificación de una virginal república y una avalancha de información, prácticamente monodireccional, sobre un franquismo violentador. El etiquetado criminalizante del franquismo ha sido, y es, y seguirá siendo un instrumento manifiestamente eficaz para eludir mayores sutilezas argumentales a la izquierda eternamente beligerante y para paralizar a los desideologizados de una derecha con mala conciencia y brújula averiada. Los poco leídos de entre las nuevas generaciones se están encontrando con un menú cerrado de evocación histórica, hipercocinado e inyectable en vena, según las pautas dietéticas y culinarias de la única escuela de restauración que parece detentar estrellas y tenedores para ello. De información (no sé si de conocimiento) no andamos precisamente ayunos en esta España actual, adoctrinada (nuestro sino parece ser salir de una catequesis para entrar en otra), invertebrada (está en la pulsión suicida de nuestro genoma) y encabronada (tutoriales de espoleamiento cainita no nos faltan).

Totalmente de acuerdo con el autor si, como jurista, aboga más por el rigor documental de la Historia con mayúsculas la evidencia procesal que por los interesados alegatos de las partes (las memorias históricas), de los que, tanto un buen juez como un ciudadano libre, sólo extraerán perspectivas, matices y pinceladas de anecdótica humanidad. ¡Sépase pues todo desde el nacimiento de aquel régimen fallido! Sépase todo de los jóvenes meses una república ilusionada e ilusionante, vindicativa, lastrada, defraudada, fracasada, golpeada, traicionada y envilecida desde fuera y desde dentro. Sépase todo de un frente popular, sus pucherazos, sus dependencias y sus crímenes, y sépase todo de todos los golpes de Estado sufridos o propiciados por esa república desbordada, algunos de los cuales tienen, en tierras republicanas "sólo-si-gobiernan-los-míos", una particular bula de legitimidad y un halo heroico que se hurta (con criterio merecedor de poco respeto) a golpes y resistencias de otro signo. Abúndese, pues, hasta el masoquismo penitente, en la prospección y análisis de las causas por las que media gente quiso exterminar a la otra mitad, y por qué lo que pudo haberse quedado en reedición de asonada cívico-militar degeneró en una guerra civil demasiado larga, demasiado cruenta y con penosas intromisiones de aventureros y de regímenes criminales.

Creo que sobre las distintas fases del franquismo ya sabemos bastante por cuarenta años de dictadura, dictablanda, y convalecencia. Y de otros cuarenta mil que vengan de antifranquismo. Pero el tema puede explotarse más aún si eso sirve para que alguno se entere de lo que no quiere enterarse ni esté dispuesto a asumir pacíficamente sobre sus querencias mitológicas. Datos fiables, buenas lecturas (Alcalá, de aperitivo ligero, Azaña de imprescindible plato fuerte, y Negrín, a través de exégetas, de postre indigesto), debates intelectuales y aproximación sin ataduras. Totalmente tontos, totalmente inmaduros y totalmente sectarios no somos.

Consecuentemente, sería un logro generacional si, enterrados en paz todos los bisabuelos, acabamos de una maldita vez de ajustar las interminables y realimentadas cuentas pendientes y nos dedicamos a avanzar pisando terreno firme y algo más seguro, no minado de fosas y contaminado por espectros hastiados de ser llamados una y otra vez a escena, y a los que hemos hecho cargar una y otra vez con sus banderas, con banderas falsas o con banderitas de conveniencia. A ver si maduramos como país de una bendita vez.

Por eso muchísimos estaríamos totalmente de acuerdo con que los restos del Sr. Azaña, como presidente de la República española y como otra de sus víctimas crepusculares, y sin traicionar su voluntad expresa o inferida, pasasen a ocupar, cuanto antes, el lugar que le deba corresponder protocolaria y merecidamente bajo la tierra a la que trató de servir lo mejor que supo y pudo, y a la que, primero frívolo y cínico, y finalmente profundo y realista, tan agudamente supo calibrar. Totalmente de acuerdo con que España se vacune contra veleidades totalitarias de su miserable pasado, contra fascismos con ancho de vía español y contra populismos anarco-comunistas. Por unos y por otros, no sólo por unos o por otros, habría que pedir perdón (si es que esta retórica pontifical sirviera para algo), y de unos y otros habría que inmunizarse para los restos, digo yo.

Resumiendo: asepsia de paleontólogos no ansias de profanadores de ruinas es lo que nos falta. Y lo último: que nos impongan historietas propagandísticas editadas por hooligans o por maniqueos.

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