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11-M, trece años de infamia

20 de Marzo del 2017 - Ana M.ª Velasco Plaza (Oviedo)

11-M, una fecha maldita que quedará en los anales de la historia, no solamente por haberse cometido el mayor atentado del sigo XXI en Europa, sino por la rendición de una nación a sus autores. Porque los artífices del mismo contaron desde el minuto uno después de la masacre no sólo con el nulo interés por parte de las instituciones políticas o judiciales por aclarar los hechos, sino con lo que aun es mucho más grave, con la impune ocultación y destrucción de todo tipo de pruebas que pudieran conducir a los auténticos culpables (desaparición de muestras tomadas por los Tedax, desguace inmediato de los vagones, destrucción de todos los efectos personales de las víctimas, fallo colectivo de las cámaras de grabación de las estaciones) y su sustitución por un reguero de pruebas-señuelo cuya falsedad era evidente para cualquiera que, con un mínimo de conocimientos y sentido critico, hubiera seguido su aparición, su naturaleza y su clara intencionalidad. Por supuesto, contando siempre con la ayuda inestimable de la mayor parte de los medios de comunicación.

Alguna de estas pruebas, como el Skoda Fabia, dado su insoportable hedor a falsedad, fue retirada por el propio tribunal del patético juicio, a pesar de la manifiesta tolerancia de los miembros de dicho tribunal a semejantes efluvios. Pero se hacía necesario retirar las más evidentemente putrefactas para salvar todas las demás, que podrían ser más hábilmente camufladas para disfrazar la masacre de atentado islamista como respuesta a nuestra sedicente participación en la guerra de Irak. Y grabarlo a fuego en mentes predispuestas al engaño. La sentencia no descubrió la verdad, la ocultó. A todo ello habría que añadir asuntos fundamentales no investigados policial ni judicialmente, como lo ocurrido en Leganés, irregularidades periciales, explosivos utilizados, etcétera.

Todas estas anomalías y falsedades son de sobra conocidas por mandos policiales, fiscales, jueces, medios de comunicación y dirigentes políticos. Pero, para todos ellos, su afán supuestamente proteccionista de una sociedad inmadura como la nuestra parece superar a su sentido del deber y ética profesional. Lo expresó muy bien el juez Bermúdez: hay cosas tan graves que es mejor que no se sepan. Y, por supuesto, después de trece años, el régimen considera que seguimos sin estar preparados para conocer este secreto pactado por todos; y me barrunto que para ellos jamás lo estaremos.

Pero el empeño por inculpar a los islamistas, incluso con la invención de terroristas suicidas en los trenes, escrupulosamente aseados para ello (recuerden la historia de las tres capas de calzoncillos), no ha conseguido evidenciar que este atentado tenga las características de cualquiera de los atentados islamistas que han ocurrido en otros países. Por no hablar de la forma criminal que afectó a la vida política y social de nuestra nación, apenas veinticuatro horas después su ejecución y las consecuencias que desde entonces estamos viviendo. Porque el 11-M supuso el comienzo del tiempo nuevo y el cambio de página que cuatro horas después del atentado pronosticaba alguien con, quizás, información muy privilegiada.

Una de las cosas que más llaman la atención, por su excepcionalidad, es la consigna de silencio pactada en todo lo referente al atentado, el consenso de olvido y de pasar página, férreamente mantenido entre todos los partidos políticos parlamentarios. Desde el que ostentaba el Gobierno, y fue supuestamente victima política del atentado, hasta los constituidos por terroristas sospechosos en un principio del atentado, los cuales se convirtieron en parlamentarios siguiendo las directrices marcadas por un miembro del grupo abertzale Elkarri, en la mañana del 11-M: esto merece una reflexión sobre la política antiterrorista, sobre el futuro. Consenso entre partidos, que no es de extrañar ante la deriva a babor experimentada por unos, la radicalización en el mismo sentido, con connotaciones desintegradoras de la nación, de otros, y la prepotencia chulesca de los mimados independentistas. Todos, remando en la dirección marcada por el tiempo nuevo hacia la confederalización de España. Todos, cada año, participando en la farsa del homenaje a los muertos en el atentado, con flores y globos, mientras siguen ocultando a sus verdaderos asesinos.

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