Nudismo mental

6 de Mayo del 2017 - Fernando Martínez Álvarez (Grado)

El disfraz siempre tuvo importancia a lo largo de la existencia de la vida humana. Ya en tiempos antiguos nuestros antepasados se disfrazaban por diversas razones, festivas o ceremoniales. Y esa costumbre se ha mantenido a través del tiempo hasta nuestros días, cuando todavía es posible presenciar actos y situaciones donde el hecho de cubrirse y aparentar que se es quien no se es es perseguido como el fin principal.

Sin embargo, otra clase de disfraz es de la que ahora quiero tratar. Es un disfraz que, como tal, pretende simular otra apariencia, otra identidad, pero es de naturaleza bien distinta: es el disfraz mental.

Algo que casi todos practicamos cada día y que, a decir de muchos, sirve para mejorar las relaciones sociales y, por lo tanto, la vida. ¡Qué sería de nosotros sin las formas!

Aunque eso significa también que cambiamos por sonrisa la inquina que tenemos a ese compañero de trabajo; mudamos en amabilidad entregada la ocultación de nuestro odio, en camaradería cortés nuestra vehemencia competitiva, en discurso amistoso el encubrimiento de nuestra envidia, en condescendencia humilde el enmascarar nuestra arrogancia, y así hasta una interminable relación de hechos fingidos, de acciones simuladas, de sentimientos aparentados con la pretensión premeditada de engañar a los demás, de obtener algún beneficio. De esa forma no podrán formarse una idea precisa de mí, de cuáles son mis sentimientos por ellos. Causando también que los suyos sean diferentes.

Esa campechana charla meteorológica que trata de llenar el comprometido vacío del espacio reducido del ascensor puede ilustrar, al menos ligeramente, esta clase de continua pretensión que algunos tenemos por simular para los demás, mientras estamos, en realidad, tratando de rellenar así nuestro horror al vacío o al silencio. En ocasiones, esos que han coincidido en el ascensor y han charlado amigablemente: "parez que va a llover" o "ta pa enfriar: danlo malo", puede que sean vecinos irreconciliables, una vez traspasadas las puertas de sus casas respectivas.

Necesitamos asentar entre nosotros cierta clase de nudismo. El nudismo mental.

Un nudismo mental para librarnos de las mentecateces personales que hoy pueblan nuestras circunstancias cotidianas. Un nudismo mental que favorece la franqueza, y una higiene en las relaciones para proscribir los problemas que en ellas sufrimos. Al no haber reservas, intereses espurios o apartados recónditos escondidos en nuestras mentes, la vida cambia de manera extraordinaria: los políticos desaparecen, al ser incapaces de seguir representándose en sus mentiras; la economía, la Bolsa, las relaciones comerciales se adecentan por el establecimiento de relaciones de correspondencia basadas en la honradez y en una ajustada producción de la riqueza; la sociedad asume, de manera conjunta, las mismas inquietudes de mejora y perfeccionamiento. Las relaciones entre las personas pasan a ser como nunca antes fueron conocidas. La religión permanece al alcance de algunos incondicionales de la fe, seguidores de un Gran Algo Superior; los terrorismos y extremismos violentos ven fuera de lugar sus anteriores métodos de lucha, al disponer ahora de comunicación directa para establecer sus pretensiones, una forma de comunicación incomparablemente más rápida y sana que sus obsoletos modos armados a base de AK-47 o G2; corruptos ya sin sus quehaceres tramposos; corruptores sin impúber alguno al que corromper; traficantes y camellos de las drogas, sin discípulos consumidores; tratantes de carne humana para el sexo, sin mercado donde mercar. Ya no hay razón para la exclusión social o la cárcel a quien no piense igual; ya no hay motivos para la existencia de ONG; y un cuidado respetuoso, fiel, es cumplido por todos los implicados en cualquier proceso que afecta a la salud del planeta...

Se establece una suerte de conjunción universal, un hecho inaudito: la limpieza de la mente. El abandono de las miserias y mezquindades personales ha producido en todo el mundo la, hasta ahora impensable, posibilidad de la comunicación mental. Un momento quizá tan insólito como el de la aparición de la vida.

Seguimos siendo nosotros mismos. Cada uno de nosotros con nuestra identidad personal, única, pero ahora existe el hecho, antes sólo soñado, de la interacción mental. Ahora no hemos de someternos a la engorrosa obligación de pasar por la lentitud que impone nuestro aparato bucal y fonador para la articulación del habla; tampoco existe ya ese proceso de criba por el que antes pasaban las ideas, desde su origen, cuando se nos ocurrían o las sentíamos, hasta el momento en el que eran expresadas.

Mentes con la sencilla simplicidad de una cerilla encendida, cuya llama juntamos, reunimos con otras y formamos entre todas una. Una sola más grande. Y cuando las separamos, cada una de ellas mantiene su propio arder. Así nuestras mentes...

¡Riiiiiing!

Las 5.50 horas. He de levantarme. Un sueño un poco raro.

Ato las botas. Salgo al trabajo.

El mundo de todos los días me espera de nuevo.

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