Una excelente modista
La muerte de doña Modesta Fernández, excelente modista, me hace recordar aquel traje de chaqueta, falda tableada y americana con cuello cerrado que estrené a mis 15 años. Modestina vivía entonces en la calle la Rúa, íbamos recomendadas por las primas de mi madre, hermanas Zarracina, de la calle Fruela. Más tarde, pasé a visitarla, instalada ya en la calle Cabo Noval. Y así, muchos años; tantos, que al nacer nuestro cuarto hijo, le confesé que no sabía si podría seguir con aquel tren de lujo; me contestó, sonriente, que sus clientas, de la familia Hidalgo, tenían más hijos y vivían más lejos; "pero", le contesté, "yo no tengo el banco debajo de casa...".
Y seguí. Agradecerle los trabajos tan bonitos que me hizo. La veía pasar, últimamente, por el Campo, en su silla de ruedas; la saludaba, me apretaba la mano y sonreía; sólo una vez, la última, me dijo una palabra: "Tenía clase, ¿eh?".
Descanse en paz; abrazos para su familia.
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