Desde Arbazal hasta Corinto
En Arbazal (La Campa, Villaviciosa), sentado sobre una piedra al sol del último invierno y después de contemplar allí la armadura y lanza del soldado combatiente en Lepanto, ¿al lado de Cervantes?, el pensamiento navegó por el Mediterráneo y sus tributarios hasta dar con el genial Pablo de Tarso que, 1.500 años antes, lo surcó en naves "propulsadas" por vientos y remos, fundando comunidades cristianas, él, que había sido perseguidor de la "secta".
Me detengo en Corinto (Grecia), a cuyos fieles, con síntomas de desunión, escribió una carta (la primera) conteniendo mensaje sublime, ariete del humanismo contra los adoradores del becerro de oro, que captan prosélitos ofreciendo imposibles urdidos en anarquía. Tengan en cuenta los que dicen luchar por el fin de la violencia de género, la gran mayoría en el grupo anterior, que sólo los valores del humanismo la pueden combatir. Pero la enseñanza empieza por uno mismo. ¿Cuántos están dispuestos a no salir en la foto?
El cristianismo es principalmente fabricante y almacenista de esta doctrina. De su archivo extraigo el aludido pasaje. No temen los "alérgicos" a la Religión; no es oración, ni tratado teológico; es norma accesible de conducta y convivencia. Es himno al amar. Así les escribió San Pablo:
"Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que una campana que toca o unos platillos que resuenan. Aunque tenga el don de la profecía y conozca todos los misterios y toda la ciencia y aunque tenga tanta fe que traslade las montañas, si no tengo amor no soy nada. Aunque reparta todos mis bienes entre los pobres y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente, es servicial. El amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso, no es grosero, ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal. El amor no se alegra de la injusticia sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. El amor no falla nunca".
No sobra ni una palabra. Todas fortalecen la conciencia, pavimentan el buen camino con paz, esperanza y amor. Potente resonador ahuyentará a las alimañas que lo quieran invadir si emite a los cuatro vientos este himno y otros textos hermosos que guarda la Iglesia. Servirá, también, para amortiguar el vocerío estentóreo de movimientos controlados por profesionales persuasivos que guían a "su sociedad" por el falso camino del precipicio, fiados de un errado GPS. No olvide la Iglesias que es fin de muchas de estas andanadas y por su bien y el de quienes la siguen no ha de ceder ni voz ni sitio a los populistas redentores, de brillante currículum activista forjado en aulas y calles. La tienen entre ceja y ceja, ¡ah! y al "Ibex 35" y no es para bien.
Si antes, el mejor medio de comunicación era el púlpito, hoy la técnica lo arrinconó, pero perdura el altar, cuyas gradas deberían ser escenario atrayente para quienes niegan sin saber y rompa la rutina de los creyentes. No se exija al infatigable sacerdote parroquial, extenuado muchas veces, pero nunca desmoralizado, lo que especialistas en medios internos y externos, humanos y técnicos, puedan aportar para reforzar el nervio de la Iglesias. Los tiempos son otros.
Salgo de Arbazal con sol todavía. Me "acompaña" San Pablo, arquitecto del cristianismo, en la bajada hasta la carretera general y le prometo pregonar su himno de fácil resumen: "nada soy si no tengo amor".
José M. Gómez Tuñón
Oviedo
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