La ley del Aborto
Ya está en marcha esta ley asesina, bien jaleada y aplaudida por cuantos, fieles al voto lanar del partido –sus excelencias y señorías–, le han dado el «sí», algunos, como el señor Bono, de identificación católica. Cuando las perras y los altos cargos están en juego, la fe y la religiosidad se dejan debajo de la cama. Una vez que esta ley del Aborto pase a su trámite final, que es su aprobación en las Cortes Generales, uno se pregunta: ¿qué hará el Rey cuando le presenten, para su sanción y firma, esta ley criminal?
Una carta hay por ahí en internet –www.majestadnofirme.com– recogiendo firmas para pedir a don Juan Carlos que no sancione esa ley. La reacción ha sido inmediata en el Gobierno. La vicepresidenta, doña María Teresa Fernández de la Vega, la de los costosos modelitos de pasarela, ha salido al paso diciendo que las funciones del jefe del Estado están en la Constitución e incluyen sancionar las leyes aprobadas en las Cortes Generales. Tremendo dilema para el inquilino de la Zarzuela, que puede quedar como un verdadero rey de la dignidad y de la coherencia –si de verdad es católico– imitando a Balduino de Bélgica, que, en su día, renunció a la Corona, circunstancial y temporalmente, para no firmar, en un caso parecido, algo que iba en contra de su conciencia. Se jugó la coronita el tan digno monarca, que siguió conservando porque fue un buen rey y el pueblo lo quería, al igual que a nuestra reina Fabiola.
Si don Juan Carlos, en un arranque de valentía y dignidad, tratara de imitar al rey belga, sabe muy bien que se quedaría sin Corona como yo me quedé sin abuela. Por eso, intuyo que seguirá firmando en barbecho lo que le echen, vaya o no con su conciencia. Ésta, hoy, es verde y se la come un burro.
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