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Otra víctima más del injusto impuesto de sucesiones

3 de Abril del 2017 - Beatriz Peláez (Bruselas)

Cada vez que acompañamos a alguno de nuestros amigos o familiares a visitar Brujas por primera vez, les invitamos, al comienzo del recorrido turístico, a participar en la búsqueda de la que parece ser es la ventana gótica más pequeña de Europa. Partiendo desde la estación de tren y a medio camino de la plaza Mayor (Groote Markt), cuando las esperanzas de encontrarla se van perdiendo, les invitamos a hacer un alto en el puente de San Bonifacio, al pasar de la iglesia de Nuestra Señora (Onze-Lieve Vrouwekerk) al parque Hof Arents. Los objetivos de las cámaras de los turistas apuntan hacia el lugar de la fachada de esta iglesia donde se encuentra tal minúscula ventana. Y es que el absurdo impuesto que gravaba el tamaño y número de las ventanas en el momento en que se diseñó ese edificio fue sin duda determinante para privar de luz y de aireación a sus moradores originales, dejando al margen las potenciales consecuencias negativas sobre su visión y su salud en general.

Así se lo pude explicar a mi padre cuando le acompañé por primera vez, hace ya unos años, a la Venecia del Norte. La alegría de aquel momento contrasta con la profunda tristeza que sentí el pasado 16 de diciembre, el día que falleció en Gijón.

Por fortuna, tuve la suerte de conseguir llegar desde Bruselas, ciudad en la que resido, poco antes de que falleciese (tarea casi imposible al tratarse de la temporada alta para las líneas aéreas y, sobre todo, por carecer inexplicablemente de un vuelo directo con el aeropuerto de Asturias) y haber podido acompañarle en sus últimos momentos, lo que en parte mitiga el inevitable y profundo dolor que su ausencia me provoca y con la que me tendré que acostumbrar a vivir.

Mi padre era un hombre extremadamente discreto y trabajador que, a pesar de quedarse huérfano con apenas año y medio, jamás cesó en su empeño de conseguir su sueño: convertirse en médico como su padre. Tras toda una vida de trabajo y esfuerzo, consiguió tener alguna propiedad, por las que ya pagó impuestos en vida una y otra vez.

Y se preguntarán por qué les cuento todo esto. Una vez aprendí que la acción más pequeña vale más que la intención más grande. Con este artículo quiero contribuir con mi granito de arena a la lucha actual para tratar de acabar con la injusta discriminación a la que se ven sometidos los beneficiarios de herencias en Asturias. Tal es la situación que el uso de la palabra "beneficiarios" parece una contradicción, pues muchos de los que podrían haberlo sido, nunca llegan a serlo, al verse en la triste obligación de tener que renunciar a la herencia por no poder hacer frente a la elevadísima carga tributaria que lleva aparejada su aceptación. Con este mi granito de arena, quiero apoyar desde el corazón de Europa a Clavelina García, a la que quiero rendir homenaje por su valentía y sensatez, y hacer mías sus palabras: "Mucha gente aquí dice que este problema que yo he tenido es cosa de ricos, pero ni mucho menos es cierto, ¿son ricas las personas que trabajan toda su vida y ahorran para pagar un piso?". Y más aun la apoyo desde mi circunstancia de emigrante en Bruselas (aunque manteniendo, al menos de momento, mi domicilio fiscal en Asturias), desde hace ya 20 años, cuando argumentaba: "Están consiguiendo que Asturias pierda población y calidad de vida, la gente está cansada y quiere cambiar de residencia…". Reflexionen ustedes y saquen sus propias conclusiones. Muchos de nuestros compatriotas asturianos ya lo hacen actualmente, optando por fijar su residencia al regresar a España en comunidades como Canarias, donde la carga fiscal asociada a la sucesión puede llegar a ser 1.000 veces menor que en el Principado. ¡Y yo que pensaba que las llamaban Afortunadas tan sólo por la benigna climatología!

Soy jurista de profesión y una de las primeras cosas que aprendí en las aulas de Derecho es el funcionamiento del principio de igualdad de trato y de no discriminación recogido en el artículo 14 de la Constitución española.

Me apena constatar cómo estos principios sagrados del ordenamiento jurídico se quiebran reiteradamente en España. Me resulta intolerable que nuestros vecinos cántabros apenas tributen por heredar (disfrutando de similares servicios de sanidad, educación y… ¡hasta de un vuelo directo a Bruselas que goza del apoyo económico de su Administración autonómica!) y, sin embargo, mis paisanos y la que subscribe tengamos que afrontar el pago de un tributo de tal magnitud que se convierte en otro quebradero más de cabeza añadido al dolor de la pérdida del ser querido. Hago un llamamiento para que se nos tome en serio de una vez a todos los españoles que estamos pasando por la misma situación, piensen que, por desgracia, a todos nos llega antes o después.

Que no nos pase como a los habitantes de la Brujas medieval: no debemos resignarnos y dejarnos abocar a la miopía por torpes decisiones políticas, sino precisamente luchar contra la miopía de los actuales políticos y su absurda, injusta, discriminatoria y hasta confiscatoria concepción de este impuesto.

Me duele particularmente leer recientes declaraciones de algún político que ha manifestado recientemente, tratando de defender lo indefendible, que "tu padre no eres tú, hay un incremento patrimonial evidente", ignorando que tras el pago de ese impuesto tal incremento se merma considerablemente. Obvia también, cayendo en el populismo, que sólo se ve en "los otros", que situaciones de nuda propiedad generan el pago del tributo, pero no permiten el disfrute inmediato del patrimonio. ¿Dónde está el "incremento patrimonial evidente"? En mi caso particular, trataré de respetar la voluntad de mi padre cueste lo que cueste, pero otros, si la situación no cambia en este mi querido Principado, no tendrán esa suerte y se verán abocados a renunciar al patrimonio familiar y a todos los recuerdos de los padres. Les quedará, nos quedará, votar en las urnas. E incluso con los pies…

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