Señor oncólogo (usted sabe)
¿Cómo empezar? Mi hijo, al que usted trata desde hace seis años por un tumor (GIST) al que creíamos todos erradicado y controlado, no sabe que le estoy dirigiendo esta carta pública. Me duele decirlo así, él confía en usted, ¡yo no!, ya que estamos en sus manos, en las mismas manos que a lo largo de estos seis años no supieron vigilar y controlar en tiempo y manera la evolución de un tumor que tenía unas probabilidades altísimas de reproducirse. No pueden estar tan apáticos, distantes y despreocupados; los enfermos y la familia necesitan verlos y sentirlos capaces, prestos y dispuestos; que lo tienen todo medio controlado, que nada dejan al azar, a la desidia del personal, listas de espera. Y mucho menos entregarse a protocolos fríos que capitulan ante enfermedad por directrices, exigencias o recomendaciones por tema económico; esta empresa no se puede regir por guión de rentabilidad y tampoco por cuestión de norma general, como si todos respondiéramos de igual forma ante las mismas enfermedades y tratamientos.
Me cuesta hacer este relato, señor oncólogo, ya que nadie me lo contó, lo estamos viviendo y sufriendo en primera persona, como sólo saben los que pasaron por algo parecido (cáncer en un hijo). Todo padre o madre se maldice una y mil veces por que la enfermedad se traspasara a ellos y su hijo quedara libre de riesgo. Es que, además, la incertidumbre predomina en el ambiente porque la desesperación se acrecienta cuando ves que los profesionales hacen honor a su pachorra y casi desinterés, no llaman al enfermo, no meten prisa a sus pruebas, no agilizan nada, sólo esperan y desesperan, escudándose en unas listas de espera que con toda seguridad no existirían si fuera hijo suyo o de algún profesional de nuestro hospital.
Hace seis años le detectaron ese tumor en el estómago, del cual fue operado y tratado durante tres años y medio aproximadamente, con un medicamento efectivo (Glivec), pero que por protocolos (los malditos protocolos), que tienen más que ver con la comodidad del médico y el ahorro de gasto que con el bienestar y seguridad del enfermo, ustedes se lo retiraron. ¿Qué ocurrió luego? Que cualquiera con una simple ojeada por internet ve que ese tipo de tumor vuelve a reaparecer en un porcentaje muy elevado. ¿Lo sabían ustedes? ¡Claro que lo sabían! Pues seis años después, en una revisión tardía (ya que además de quitarle el tratamiento le fue espaciando los controles por años) le dice que ha tenido muy mala suerte, que el tumor ahora estaba en su hígado, ¡mala suerte! Mala suerte, señor oncólogo, es que te caiga un árbol encima; eso es dejadez. Con una vigilancia adecuada y revisiones periódicas, de verdad, los pacientes estarían menos expuestos a recidivas.
Están jugando con la salud de las personas, ya que le pidió una prueba determinante para ver la evolución y las posibilidades de operación (un PET), y dos meses después aún no tiene ni cita. Señor oncólogo, usted le dice que se la tiene pedida (como quien se lava las manos), que fuera él a preguntar al departamento correspondiente el porqué tardan tanto en citarle para esa prueba. ¡Él, no!, es usted quien debiera exigir urgencia, si no se le respeta dentro del hospital, ¿qué pinta ahí? ¿Pasará lo mismo cuando tenga que operarse? Otro periplo de esperas desesperantes e indignas. Luego algunos dicen que esto funciona.
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