Cargo a la fuga
¡Con qué poco nos conformamos! De un tiempo a esta parte de un político apenas se puede esperar que prometa con los dedos sin cruzar que no roba. No sé ustedes, pero eso es lo menos que se le supone a uno que encontramos en el ascensor, a la señora que cruza la calle o a un vendedor de cupones. La bajeza ha llegado a ese extremo, de manera que da la impresión de que basta con dar la vuelta a cualquier tronco para que queden a la vista los gusanos. Así están las cosas.
Hemos aprendido a conformarnos con que se nos presenten sin antifaz ni la faca asomando por el refajo y ya nos sirve como candidato a cualquier cosa. La eventualidad de sus cargos mientras les pillan convierte muchos juramentos en un apresurado devenir o acaso en un alarde de sus dotes de tahúr esperando que no les pillen las trampas. Por si acaso siempre hay un número dos, o un número tres, que recoge el relevo con cinco reinas de picas bajo la manga y un discurso de investidura en el que prometer continuismo en todo menos en lo del trinque. Y nosotros lo creemos todo.
A mí, particularmente, me cuesta asumir que un fulano pierda, desvíe o sirle varios milloncejos y nadie más esté en el ajo, con lo que eso de dejar la silla al mirón de la pared suena chusco de narices. Así que la estrategia parece dirigida a confiar en la plomiza velocidad de crucero de los juzgados, operando con medios del siglo pasado y por si acaso entretenidos en instruir causas ridículas por chistes o disputas vecinales. Si entretanto llegan unas elecciones, los votos de una sociedad acrítica y embrutecida pueden otorgar otra prórroga a los trileros. Y vuelta a empezar. Empiezo a creer que nos gobiernan desde Panamá, o así.
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