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"Black Sails": el dandy Capitán Flint.

10 de Abril del 2017 - Javier Suárez Piedralba (Piedras Blancas (Castrillón))

Tras el estreno de su cuarta temporada, la mejor serie de piratas hasta la fecha dice adiós en la parrilla de consumo en pleno auge de la Edad de Oro de las series. Black Sails, drama que conjuga la ficción de La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson con el realismo histórico de la época de la piratería de principios del siglo XVIII, presenta una narrativa literaria por la pomposidad de los diálogos al detenerse en ideas tan amplias y estudiadas como la libertad, la guerra o la civilización. Este toque literario se debe, entre otras cosas, a la propia caracterización de los personajes, que parten de una concepción manierista desde la que se muestran como imperfectos y con más de un secreto bajo la superficialidad del ron y las putas que ofrece Nassau, isla pirata por excelencia.

El pirata ya no se limitará a mostrarse como un salvaje, al partir de su perspectiva, sino que se dispondrá de esa imagen de cruel y asesino en los momentos que por lógica exigen esa faceta narrada en sus leyendas en lo ancho y largo de los imperios. Son vulgares en la taberna, en los abordajes, incluso en las negociaciones, pero la diferencia que marca esta serie radica en que nos enseñan ese lado parlamentario, al que el cine jamás nos acostumbró dada la estética y la profesión de tan sucios desaventurados, que nos hace pensar que el pirata no sólo es un rufián, sino también un ser pensante, con sus propias normas y reglas dentro del negocio del robo de mercancías, con o sin el beneplácito de los ingleses. Todo esto tiene sentido si no nos dejamos embaucar por la perspectiva moral actual de la mayoría de la gente que se atribuye la posesión del sentido común y asimilamos la verdad que se esconde tras el rechazo a la civilización o a sus injusticias: la anarquía también es una forma de gobierno, pero sin gobernantes.

Para alcanzar el ideal de sociedad libre, sin dirigentes ni prejuicios legitimadores, se verán obligados a aceptar determinadas normas del decoro y el orden que permiten que una sociedad no se derrumbe por intereses partidistas. Todo barco tiene su capitán, que se dibuja como un rey ante sus compañeros, y el negocio de robo de mercancías y tesoros se administra desde Nassau, bajo el mando de los Guthrie, pues, como en el surf, hay un protocolo sobre el derecho a pillar la siguiente ola. Esto no impide que la violencia amenace sus vidas constantemente, por odio entre capitanes o deseos de conquista impropios de ladrones profesionales con conocimiento de sus limitaciones. Sin embargo, si se permite la misión imposible de conseguir el tesoro que una vez narró Stevenson, es en nombre de la literatura en beneficio de tan bien llevada ficción con la mano de Michael Bay en sus escenas de acción.

La serie no sólo se limita a la exposición de un grupo de hombres taimados y embusteros con habilidades variopintas y estilo diferentes -si Jack Rackham fue el único gran estilista de la piratería, Flint fue el dandy de Nassau-. Además de tanto impío putero, somos testigos de quiénes llevan el mando en las sombras, tanto en Nassau como en los pasos del Capitán Flint, tanto en Filadelfia como en la isla escondida de los esclavos que viven en libertad: las mujeres.

Eleanor Guthrie es quien lleva todo el negocio comercial en Nassau, refrenando la mano dura de los piratas, y llega a relacionarse íntimamente con el gobernador inglés Woodes Rogers, enemigo jurado de los piratas que propició la caída de uno de sus grandes amantes, el pirata Charles Vane, conocido por su beligerancia. Max es quien, desde el amor lésbico con tan importante negociadora, se independiza y labra su propio negocio en la casa de citas con las prostitutas de la isla, controlando incluso a quienes han logrado dar con un tesoro inestimable bajo la complejidad de sus movimientos mentales, comparables a los de Silver; y eso que al principio quería abandonar la isla, pero acabó haciéndola suya. Anne Bonny es quien actúa de guardaespaldas de Rackham, y durante cuatro temporadas se asegura de mostrar que hay hombres que no pueden hacer otra cosa que no sea depender de las mujeres. Miranda Barlow, el apoyo de Flint y la mujer que este resguarda de los peligros de la piratería como recuerdo último de Thomas Hamilton, su amigo, mentor y amante es su tiempo en Londres, será el terrón de prudencia en el café de Flint hasta su desembarco en Charleston. Y, finalmente, Madi, el amor inesperado de Silver, que es el mayor rival y amigo de Flint, es la hija secreta del esclavo personal de Eleanor, quien por su raza explotada guarda rencor a la barbarie de la civilización. Ella misma servirá como unión entre rebeldes de los campos de azúcar y los piratas, y como gran lideresa de la revolución anárquica de Nassau coordinará, junto a su madre, sus efectivos y posibilidades. Todas ellas son muestra de una reformulación feminista y no esencialista del sexo y los roles sociales, y que junto al dandismo de Flint romperán tabúes, reivindicando el derecho a cometer errores por la responsabilidad de la acción libre.

Por todo esto, Black Sails es más que una precuela de La isla del tesoro, pues no sólo se encarga de contextualizar la sombra de Flint en algo palpable que da un sentido más profundo a los actos de John Silver "El Largo", sino que sirve como contemporanización de un clásico de la literatura al romper cánones impuestos históricamente, mostrando un amplio abanico de preferencias desde la privacidad de la sexualidad plural hasta el pensamiento político transversal que supera sesgos o incide en las circunstancias personales de hombres y mujeres, piratas y civilizados; individuos. En Black Sails no hay erótica del poder, sino poder de la erótica. Hondea la bandera negra, ve esta gran serie.

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