La renuncia de Munilla y los renuncios de Alberto
A San Sebastián acaban de mandar un obispo que, en principio, iba ungido con todos los sacramentos que exigen por allí para darle el visto bueno a un obispo nuevo: Monseñor Munilla es vasco, ejerció pastoralmente en el País Vasco, habla euskera ¿Qué más se le podía pedir? Pues se le podía pedir algo más. El Papa, que cuando no habla ex cathedra es falible como cualquier mortal, no debió de percatarse de que al obispo que mandaba a San Sebastián le faltaba el sacramento que más se aprecia allí: Monseñor Munilla no es nacionalista y el nacionalismo viene a ser como el sacramento de la confirmación para ejercer de obispo en la Iglesia vasca. Así que¡ patagrás!, el clero donostiarra está al borde del motín; a un tris del los von Rom!
En La posible renuncia de Munilla (LNE, 27.12.09), nos ofrece Alberto Torga un análisis muy informado de la situación. -131 sacerdotes guipuzcoanos, entre ellos 85 de los 110 párrocos, publicaron una carta en la que manifestaron su disconformidad con el nombramiento de Munilla. Enseguida que se hizo pública esta carta prosigue D. Alberto- comenzaron los ataques contra estos sacerdotes, tachándolos de nacionalistas, separatistas, simpatizantes de ETA y otras lindezas por el estilo. ¡Pobre gente! Cuando todo el mundo sabe que esos reproches carecen de cualquier fundamento Tampoco están conformes con la intencionalidad y el procedimiento seguidos en el nombramiento. Todos los procedimientos son susceptibles de mejorar y hasta de empeorar, pero uno se pregunta si el seguido con los obispos es tan distinto del que se aplica con otros cargos eclesiásticos. ¿Acaso los 131 curas que protestan obtuvieron sus puestos y parroquias en unas oposiciones? El propio obispo saliente, monseñor Uriarte, ¿anduvo con tantos remilgos y tiquismiquis de procedimiento cuando le nombraron obispo de Zamora?
Los reproches de parcialidad abertzale alcanzan también a monseñor Uriarte. Conozco a don Juan María Uriarte desde hace diez años ¡ya quisiera yo que hubiera en España muchos obispos de la talla humana y cristiana de Uriarte!, replica D. Alberto, que sabe que la mejor defensa es un ataque. Podría decir que a Juan María Uriarte le conocí hace cosa de tres décadas, cuando vino a Lovaina para hacer un postgrado en psicología. Aquí tienes a Juan Mari, que va para obispo. Así me lo presentaron. El caso es que lo recuerdo más bien bajito, pero eso no hace al cuento; no tengo la menor duda de que el obispo emérito monseñor Uriarte sea un gran hombre. Lo que no me parece de recibo es que se le otorgue una especie de monopolio de grandeza. ¿Quién le dice a D. Alberto que entre los obispos españoles no haya muchos de la talla de Uriarte? ¿O es que D. Alberto recorre las diócesis de España, como una especie de visitador apostólico, midiendo con una vara la talla de los obispos?
Pasa ahora Alberto Torga de las personas a las estructuras: -El conflicto que se está viviendo en la diócesis de San Sebastián no es fundamentalmente entre nacionalismo vasco y españolista, sino entre dos modelos de Iglesia: el conciliar y el preconciliar. La relación de prelados conciliares (lamentablemente breve) la encabezan nuestros dos grandes obispos, Tarancón y Díaz Merchán (Qué insistencia en destacar a los obispos por el tamaño). En cabeza de los preconciliares figuran Rouco y Munilla (uno esperaba encontrar aquí nominalmente citado a Monseñor Sanz Montes, pero se debió de traspapelar).
Mucho habría que decir de los dos nacionalismos y de los dos modelos de Iglesia, pero puesto que la brevedad se impone, diré solo una cosa. Gordejuela es una parroquia de Las Encartaciones a 25 kilómetros de Bilbao. En la misa de 12 del domingo de Pascua, el celebrante pidió rezar por los militantes del PNV. Los nacionalistas acababan de perder las elecciones y los socialistas se alzaban con la Lehendakaritza con el apoyo del PP. ¿Presentía el buen párroco de Gordejuela una San Bartolomé sangrienta de abertzales, perpetrada por los sicarios españolistas de Pachi López? Quiá. Simplemente a los nacionalistas se les abrían las carnes a la idea de pasar a la oposición y, con cierto retraso sobre el calendario litúrgico, sudaban sangre el domingo de Resurrección; el clero no podía dejarlos solos en tan doloroso Getsemaní. Nadie recuerda en cambio que desde el altar de Gordejuela se hayan pedido oraciones por los militantes cristianos del PSOE o del PP, que viven bajo escolta. La Iglesia vasca, salvo heroicas excepciones, es una enorme Gordejuela: todos son allí pueblo de Dios, pero unos mucho más que los otros.
Que la Iglesia vasca está aparatosamente escorada del lado nacionalista es un hecho que no se lo salta un gitano; pero los esquemas saltan más y mejor que los gitanos: el nacionalismo español es cutre y de derechas, los nacionalismos periféricos son progres y de izquierdas; el nacional-catolicismo era integrista, preconciliar y tridentino, el catolicismo nacionalista es cercano al pueblo, conciliar y progresista.
La identificación del clero vasco con el nacionalismo, cuando este estaba reprimido por la dictadura, podía ser incluso meritoria. Ahora que el nacionalismo es la ideología dominante y, a su vez, cruelmente discriminadora, no se ve qué pueda tener esa identificación de profética y de evangélica ¿No se tratará más bien de una manifestación más de la recurrente y perversa alianza de la religión con el poder? (El caso es no salir de una para meterse en otra).
Termina D. Alberto volviendo a lo concreto para pasar a lo práctico: -Sería de desear que Munilla siguiera el ejemplo de Wagner y presentara su renuncia. Y puestos ya a seguir ejemplos, ¿no sería también de desear que presentara la suya D. Jesús Sanz Montes, nombrado para Oviedo el mismo día 21 de noviembre y con idéntico procedimiento? ¿O ya se nos pasó el tembleque, D. Alberto? Hay algo de admirable en ese cuajo de decirle a Roma cómo habría que nombrar a los obispos, qué obispos convendría nombrar, cuáles hubiera sido mejor que no se les nombrara y cuáles, ya nombrados, sería mejor que renunciaran. Pero por qué tanta intrepidez me hace pensar en aquel capuchino al que, en un chiste de congregaciones, hacen decir aquello de pero a humildad no hay quien nos gane.
Desde luego que con un cura como D. Alberto al frente de una especie de fielato (de los que en Roma llaman dicasterios) para el control de calidad de episcopables no se producirían desajustes eclesiásticos como el de San Sebastián. Pero esa concentración del legislativo, del ejecutivo y del judicial en un solo cura ¿no raya el desafuero? A D. Alberto le sobra sinceridad y vehemencia no le falta; solo que en el análisis, ¿cómo decirlo? - manca finezza. ¿O acaso son modales para un presbítero jubilado aterrizar como un kamikaze en los jardines del Vaticano?
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