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El roblón del Pelambre

24 de Abril del 2017 - Agustín Hevia Ballina

De robles y árboles vetustos quisiera hablarte, para que te dejes empapar de amor a las arboledas, a esos testigos antiguos de los avatares de la Historia de la Humanidad sobre la Tierra, que son capaces de conducirte al primitivo jardín del Edén, en que todo árbol ofertaba al Adán primordial "exquisitos frutos, gratos a la vista y sabrosos al paladar".

Con frecuencia, quien esto para ti, lector carísimo, te escribe se encuentra mariposeando y dejando desbordarse la imaginación, y hoy es uno de esos días.

El tema de los árboles, sobre todo el de los texos, los robles y los castaños, no es ajeno al que esto escribe, antes bien, es de frecuente recurrencia en sus artículos. Suele llenarme de evocaciones poéticas y casi de éxtasis tal o cual árbol que no encuentro cómo denominarlo sino con el aumentativo más expresivo en nuestra queridísima lengua castellana: "la castañalona de Bedón", el "roblón de Ques", o el "roblón de Coya", o el "texu grandón de Bermiego o de Herías", o la "castañalona de Collera" que tanto emociona a mi amigo Emilio Serrano, o los seis "roblones del campo de la Iglesia de Lugás", plantados en 1896 y que tantas sugerencias de cariño tienen para mí. Son restos probablemente continuadores de los arbolones que poblaban España entera y que permitían a una ardilla, sin posarse de los árboles, llegar desde el Cantábrico mar hasta la Gades o Cádiz de los siglos, según confiesa el hispalense San Isidoro.

Así es cómo, con frecuencia, recurro a denominar "roblón" o "castañalona", quizá hasta la "figarona" o el "texu más grande Asturias", a árboles sobresalientes por su enorme desarrollo o por su singular belleza estética, que admiro con éxtasis embebecido.

Hoy te he traído a mientes "el roblón del Pelambre", en Villaviciosa, en un entorno donde será difícil imaginarse árboles y arboledas de tales magnitudes, que, sin embargo, los hubo, como enseguida te probaré con documentos que lo avalen.

Subtítulo: El viejo robledal de la ría de Villaviciosa

Destacado: Estuvo enterrado en el limo de la ría de Villaviciosa, desde hace unos seis mil años, en que se ha calculado su edad, y fue descubierto con motivo de las excavaciones llevadas a cabo para la realización del túnel de la autopista, por debajo de la ría

En el entorno de la ría de la Villa quedan restos supérstites de la "alameda" que flanquea el río de la ría, también dicho "Linares" por los plantíos de lino que había por sus riberas. Los que sobreviven en la alameda bien merecen mención por su conjunto, al igual que los texos y otros árboles que exhibe el parque del Ayuntamiento maliayés.

El "roblón del Pelambre", como puedes leer en nota a su pie, estuvo enterrado en el limo de la ría de Villaviciosa, desde hace unos seis mil años, en que se ha calculado su edad, y fue descubierto con motivo de las excavaciones llevadas a cabo para la realización del túnel de la autopista, por debajo de la ría. Su tronco se exhibe en el nuevo parque, tan maravillosamente concebido, del Pelambre. De ahí su nombre de "el roblón del Pelambre".

Las semánticas que sugiere ese delicioso parque ya las he expresado desde LA NUEVA ESPAÑA en una colaboración que dediqué a ese tan hermoso ámbito, tan cargado de gratos significados para todas las parroquias del concejo, en el pomar que a cada una le es propio. Seis mil años de antigüedad es la edad que le han atribuido los análisis del carbono catorce a ese tan excepcional roblón.

Si te invito a seguir leyendo es porque recientemente, explorando documentación de la casa del chantre Rodrigo de Hevia, mayorazgo de la casa de Hevia y señor del Coto de Poreño, documentos que se hallan en el Archivo Histórico Diocesano, pude exhumar unos datos que nos pueden reflejar el estado, descripción y posesión del robledal que llamaban de la Fuente o de Santa Bárbara, de la parroquia de San Andrés de Bedriñana, colindando con la ría villaviciosina, donde con seguridad estuvo plantado el "roblón del Pelambre". Lee conmigo cómo podemos conocer algo del robledal de ese nuestro "roblón del Pelambre".

"Es mío propio y conocido", según testimonia el escribano Pérez, a nombre de don Gutierre de Hevia, "el monte y términos del monte de la Fuente, que está pegado a la lengua de la ría y mar de esta Villa, junto a la barra de esta Villa, plantado todo él de robles y castañales y otros árboles para fábrica de naos y navíos, barcos y pinazas con que se podía servir a su Real Majestad, para sus Reales Armadas".

Ello fue que, en este monte que radicaba en términos colindantes con la ría, se intrusaron varios individuos, que se nombran, entre los que figuraban un tal Pedro de la Fuente y Fernando Blanquín, con otros que aparecerán de las pesquisas de la justicia. Ellos "se fueron al dicho mi monte", nos dice don Gutierre, "en términos de la Fuente y me cortaron y talaron por el pie mucha cantidad de robles y otros árboles, desollándolos y llevando mucha corteza de dicho mi monte, por donde los dichos robles han venido a perecer y secar, cortando y talando también en el dicho monte otras muchas personas mucha cantidad de leña para traerla en barcos y con carros, en tanta forma que me han hecho de daño en el dicho mi monte más de mil ducados. En todo lo cual cometieron grave quebranto y delito digno de punición y castigo e incurrieron en grandes y graves penas civiles y criminales estatuidas por leyes y pragmáticas de estos Reinos".

Tal es el tenor y "pedimiento de Gutierre de Hevia, mayorazgo, contra los que cortaron y talaron robles y otros árboles en el monte de la Fuente, de la parroquia de Bedriñana que confina con la ría de Villaviciosa". Se figuran otros límites, como "el camino que va para los Tazones", "la riega de Pascual" y el cellero de la Catedral. Nos hallamos ante un sucedido que ocurre en el año 1561. No deja de ser curiosa la práctica del "desollamiento" de la corteza de los robles, que se llevaban en barcas y en carros.

¡Cuántas vicisitudes habrían acompañado la vivencia de ese robledal de la ría, que dejó huella indeleble, en el "roblón del Pelambre", enteramente desollado y sumergido, quizá por efecto de algún vendaval, en el limo de la ría! ¿Cuándo? ¿Quién lo sabe? Aunque lo que queda de él testimonie unos seis mil años. ¿Quién iba a decirle a don Gutierre de Hevia, mayorazgo de la Casa de los Hevia y dueño y señor del coto de Poreño, sucesor de don Rodrigo de Hevia, el chantre de la Catedral, que un día un Hevia, archivero catedralicio, de menos ilustre prosapia y cuna, iba a hurgar en las escrituras de la casa de Hevia para descubrir incidencias que llevaron a que el parque del Pelambre exhiba el roblón que mil azares combinados llevaron a descubrir, el "roblón del Pelambre".

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