Urgencias de Jove, ídem de Cabueñes
Hace unos días, me vi en la necesidad de acompañar a un familiar al servicio de urgencias del Hospital de Jove, y comparándolo con urgencias del Hospital de Cabueñes, lugar que por desgracia frecuento más de lo deseado, tengo que decir que si estableciera una escala de valoración del uno al diez, a Jove le daría nota máxima y a Cabueñes lo suspendería.
En Jove fuimos atendidos relativamente rápido. La sala de espera es un lugar silencioso, limpio y aceptable. En Cabueñes, las urgencias están ubicadas en el sótano del hospital y la sala de espera, que me perdonen, pero yo casi me atrevo a calificarla de cuchitril. Además de ser un lugar con superficie reducida para las muchas personas que a diario pasan por allí, es ruidoso no sólo por la megafonía, que creo que se pasa de decibelios y de continuo está anunciando el pase a las dependencias hospitalarias de los familiares de fulanito o menganito. Las maquinas expendedoras de bebidas frías y calientes están dentro de la sala de espera y también colaboran junto con todo lo demás, y las varias horas de espera a que nos someten, a hacer de aquel lugar una especie de cámara de tortura. Para nada me refiero al comportamiento del personal del servicio, tanto sanitario como administrativo. Éste queda fuera de mi crítica. Ellos, en mi opinión, hacen lo que pueden y quizá casi más de lo que debieran, intentando cumplir con su deber.
Ya sé que desde hace algún tiempo nos vienen anunciado el proyecto de reformar las instalaciones de las urgencias del Hospital de Cabueñes, pero como los ciudadanos ya estamos tan de vuelta de esa feria de las promesas incumplidas por parte de los políticos, pues cualquiera sabe si la mencionada reforma no irá para tan largo como la puesta en servicio de la Variante de Pajares y la llegada del AVE a Asturias, y tantas otras cosas que nunca se ven hechas. Esto último, a mí, ni fu ni fa. No salgo de la tierrina, y soy tan antiguo que casi preferiría viajar en diligencia o en aquellos trenes de nuestra infancia en la posguerra contemplando el paisaje, con tortilla y bota de vino para romper el hielo con los compañeros de apartamento y conversar de lo humano y lo divino durante el viaje.
A eso casi me apunto, pero a lo de que me fastidien cuando ya estoy fastidiado (por no decir algo más fuerte y mal sonante), como es el caso de tener que ir a urgencias del hospital, por ahí no paso. Y cuando me veo allí, me acuerdo del gerente, de los políticos que lo nombraron, de los votantes que con sus votos llevaron al poder de decisión a unos señores que, en mi opinión, dan la impresión de mirar más por su personal interés que por el de sus representados, que, además de votarles, tributan, o tributamos, hasta por respirar.
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