¿Qué podemos esperar de la política?
Según las últimas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas, quien periódicamente retrata la opinión y otros puntos de vista sobre la realidad que percibimos los ciudadanos sobre la “res pública”, que decían los romanos, tras el paro y la corrupción los políticos en general, los partidos y la política, se colocan como tercer quebradero de cabeza para el 29,5% de los españoles. Por detrás se sitúan los problemas de índole económica (24,2%) y otros muchos más de distinta naturaleza. Y, curiosamente, -lo cual nos debe hacer pensar qué nos pasa…- no nos preocupa, en absoluto, el primer problema global que afecta al mundo en el que vivimos, cual es el de la crisis migratoria, esto es, el de los refugiados (el 0,0%) y otro cada día más grave: el de la violencia contra la mujer, con un increíble 1,6%.
El escepticismo hacia la política y los políticos, la llamada desafección democrática, puede representar una enorme oportunidad, un requerimiento para que la política reflexione acerca de sus obligaciones y recupere la estimación pública. Para ello es necesario que todos revisemos nuestras expectativas en relación con ella y examinemos si en ocasiones no estamos esperando de la política y sus agentes lo que no pueden proporcionarnos o exigiéndoles cosas contradictorias. Y es que todavía no hemos conseguido equilibrar estas tres cosas que, a mi juicio, componen la vida democrática: lo que prometen los políticos, lo que demandan los ciudadanos y lo que el poder político puede proporcionar.
¿Cómo conseguimos mantener una razonable actitud hacia la política, una exigencia que no sea desmesurada y un escepticismo moderado que no acabe siendo cinismo corrosivo? Lo que probablemente nos está pasando es que, al mismo tiempo, la política está proporcionándonos menos de lo que la ciudadanía tiene el derecho a exigir y la gente está esperando demasiado de la misma. Buena parte del descontento con la política se explica por una serie de malentendidos acerca de su naturaleza. Hay críticas certeras hacia el modo como se lleva a cabo la política y otras cuya radicalidad procede de quien no tiene la menor experiencia personal de lo que la política implica. Mucha gente tiene un resentimiento hacia la política, a la que descalifica globalmente como un asunto sucio, porque no ha tenido la experiencia directa de tener que "mancharse las manos" obligado a tener que tomar alguna decisión en medio de un complejo entramado de intereses y valores en conflicto.
Subtítulo: Reflexión en torno a la llamada desafección democrática
Destacado: Pretender la felicidad a través de la política es tan absurdo como esperar consuelo de nuestro banquero, hacer negocios con la familia o pretender la amistad de los compañeros de partido
Debemos desconfiar especialmente de quien prometa soluciones simples para problemas complejos. Quien no haya entendido de qué va la política puede albergar expectativas exageradas e incluso desmesuradas. Pretender la felicidad a través de la política es tan absurdo como esperar consuelo de nuestro banquero, hacer negocios con la familia o pretender la amistad de los compañeros de partido… A esos sitios se va a otra cosa. Cada ámbito tiene sus reglas y su lógica, de acuerdo con las cuales deberíamos formular nuestras esperanzas.
La democracia decepciona siempre, pero esta decepción puede mantenerse en un nivel aceptable según hayamos configurado nuestras expectativas. El paisaje político se ha polarizado en torno al pelotón de los cínicos tecnócratas y el de los ilusos populistas. Los primeros se sirven de la complejidad de las decisiones políticas para minusvalorar las obligaciones de legitimación, mientras que los segundos suelen desconocer que la política es una actividad que se lleva a cabo en medio de una gran cantidad de condicionantes. Unos parecen recomendar que limitemos al máximo nuestras expectativas y otros, que las despleguemos sin ningún impedimento. Equilibrar razonablemente estos dos aspectos es la síntesis política en torno a la cual van a girar de ahora en adelante nuestros debates, más que un eje ideológico de derechas e izquierdas. Vivimos un tiempo nuevo también para la acción política, y algo tendremos que hacer unos y otros para mejorar nuestro sistema.
No se puede compartir el pesimismo dominante en relación con la política, y no porque escaseen las razones de crítica sino precisamente por todo lo contrario: porque sólo un horizonte abierto, que crea en la posibilidad de lo mejor, nos permitirá criticar con razón la mediocridad de nuestro modo de gobierno y régimen políticos. Optimismo y crítica son dos actitudes que se llevan muy bien, mientras que el pesimismo suele preferir la compañía del cinismo o de la melancolía. Porque, en definitiva, la democracia equivale, en suma, a un método en lo político y a un modo de vida en lo personal. Nunca es transferible al mundo del pensamiento, de las creencias más profundas o de la ética.
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