Del penalti al artículo mortis
En una revista de cotilleos dos reportajes informaban sobre los prorrogados planes de boda, ante inminentes embarazos, de sendas parejas de famosetes. En uno, una modelo explicaba que en este momento no veían conveniente casarse porque estaba esperando su segundo hijo. Y en el otro, un famosillo aclaraba que también habían descartado por ahora la boda, pues su mujer se había quedado embarazada, y lo mejor sería esperar a que la niña creciera lo suficiente como para portar las arras en la ceremonia. Hasta no hace mucho, el embarazo de una mujer soltera provocaba la boda urgentísima con el presunto padre si no había impedimento que lo prohibiese. A esto se lo conocía como «casarse de penalti», pretendiendo evitar o aminorar el escándalo que tal situación generaba, pues el embarazo resultaba muy infamante para la mujer soltera, pero -injustamente- casi nada para el padre. Y es admirable que muchas de esas mujeres, que por la circunstancia que fuera no llegaban a casarse, siguieran adelante con la gestación superando obstáculos de toda clase. Aquellas bodas resultan hoy muy criticadas, vale; pero tampoco es normal nuestro desplazamiento pendular al otro extremo. Y es que entre el famoseo (que nos guste o no, son quienes marcan la pauta social) resulta difícil encontrar ya a parejas que asuman la secuencia más lógica y beneficiosa, también para los hijos, de un matrimonio previo a la generación. Al paso que vamos acabará poniéndose de moda casarse in articulo mortis, poco antes de que nos administren el jeringazo eutanásico; todo perfectamente regularizado y rodeados de hijos y nietos, en la presencia del cobrador del impuesto de sucesiones. Porque hay zarpazos que nunca cambian.
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