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Ante el conflicto entre Israel y Palestina, ¿podemos ser neutrales?

5 de Mayo del 2017 - Xosé Antón González Riaño, Aida Terrón Bañuelos, Ignacio Loy Madera

Que la Historia de la Humanidad está llena de genocidios es una verdad que nadie, lamentablemente, puede obviar. Pero quizá ninguno tan trágico, cruel y próximo como el Holocausto judío, que acabó con la vida de aproximadamente 6 millones de seres humanos entre 1941 y 1945. Que este drama se hubiera producido, además, en la culta y civilizada Europa es algo que nos avergüenza como ciudadanos de este continente y que avergüenza, por extensión, a todo el género humano.

Desgraciadamente, la Humanidad desdeña aprender de sus errores –y horrores– y hasta parece utilizar estos como argumento de impunidad para cometer otros igualmente detestables desde el punto de vista del ejercicio irrenunciable de los Derechos Humanos.

Viene esto a cuento de la política seguida por el Estado de Israel desde su fundación, en 1948, con respecto al pueblo palestino, al que disputa espacio y existencia. La injusticia y crueldad, en efecto, con la que este pueblo es tratado y el sufrimiento causado por las políticas sionistas son incuestionables. Tal política, en la que se mezclan por igual los actos genocidas y el más doloroso apartheid, no puede ser enjuiciada, ni comprendida, ni asumida de ninguna manera en función del Holocausto. Es más, resulta éticamente inadmisible que quienes condenan la violación de los Derechos Humanos en los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania sean estigmatizados automáticamente con el calificativo de "antisemitas".

Subtítulo: Las legítimas protestas de los ciudadanos asturianos

Destacado: La cuestión es por qué contra Israel y no contra otros estados que no respetan los Derechos Humanos o se saltan la legalidad internacional; pues bien, la respuesta es, simplemente, porque no es posible hacer frente y a la vez a todos los focos

Para nosotros resulta evidente, además, que la comunidad internacional no puede cerrar los ojos ante una realidad que debería horrorizar a cualquier persona con conciencia y sentido de la justicia: acciones militares con miles de muertos, usurpación de territorios, construcción de un muro que divide propiedades y familias, éxodo y deportaciones, establecimiento de colonias, estrangulamiento de la economía... Una lista de actuaciones, en fin, que, como se ha dicho, caracterizan una política no sólo de apartheid, sino directamente de genocidio, y que han sido sistemáticamente denunciadas y condenadas por organizaciones nacionales e internacionales (ONU, Human Rights Watch, Amnistía Internacional), por innumerables colectivos de defensa de los Derechos Humanos y hasta, simbólicamente, por universidades de todo el mundo que rechazan colaborar en proyectos de investigación con las instituciones académicas de Israel.

Las respuestas de los ciudadanos ante crímenes de esa magnitud, cometidos por determinados estados o por determinadas instituciones "certificadas" por la legalidad internacional, suelen ser, en la escala local, de dos tipos: bien reacciones generadas espontáneamente y de carácter infrecuente (por ejemplo, las grandes manifestaciones en la calle contra la presencia española en la Guerra de Irak), o bien –lo que es más frecuente– reacciones y respuestas dinamizadas por organizaciones especialmente sensibilizadas con situaciones sociales de injusticia flagrante y manifiesta. En Asturies, y en el asunto que nos ocupa, un ejemplo concreto sería el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe (CSCA).

Por qué sólo Israel es una de las preguntas –seguramente no ingenua, sino claramente tendenciosa– que hace algunas semanas se plantearon con ocasión de la campaña desplegada por el CSCA ante el encuentro deportivo, en una competición internacional, de las selecciones de fútbol de los estados español e israelí. La tendenciosa pregunta a la que hacemos referencia es semejante a otras que se han ido formulando anteriormente: por qué convocar una protesta ante el teatro Jovellanos de Xixón el 24 de junio de 2014 contra la actuación de la Compañía israelí "Rhythm in Motion" (en los mismos días, por cierto, en que se bombardeaba, una vez más, a la población de Gaza); por qué determinados ayuntamientos de nuestra comunidad se están declarando, con solemnidad, como "espacio libre de apartheid israelí" o por qué montar una campaña de boicot a los productos israelíes (la campaña "Boicot, desinversiones y sanciones", DBS, iniciada en 2005 por la Red de Solidaridad Contra la Ocupación de Palestina).

La cuestión es –se dice– por qué contra Israel y no contra otros estados que no respetan los Derechos Humanos o se saltan la legalidad internacional. Pues bien, la respuesta es, simplemente, porque no es posible hacer frente y a la vez a todos los focos. Porque, salvo que sean espontáneas –y sabemos que la articulación de las respuestas cívicas es una condición de la mecánica democrática–, no siempre y en todo momento hay quien active y dinamice causas concretas de denuncia. Utilizar el "si no es con todas, no debe ser con ninguna" es una manera de negarlas todas. O mejor, de utilizar las contradicciones con el único objeto de desautorizar y desactivar las justas reacciones de condena.

Se mantiene, por otra parte, que el fútbol es una cuestión que debe situarse al margen de la política y se argumenta que, como deporte –casi una manifestación cultural–, debe preservarse de estos vaivenes. ¿De verdad se puede afirmar que no tiene el fútbol de alta competición una cara política? Parece que, inmaculadas, ambas selecciones deberían haber podido realizar su deportiva disputa sin interferencias que degradaran la neutralidad del evento. La campaña BDS, que incluye, entre otros, el boicot a los productos agrícolas israelíes, ¿no estaría legitimada teniendo en cuenta la permanente y expansiva ocupación y privación de tierras y de recursos hídricos a que se ha sometido a Palestina? La actuación de un grupo musical de jóvenes artistas israelíes puede interpretarse, sin más, en términos casi psicológicos (como un momento de manifestación y expresión de creatividad y arte) o puede ser vista como una herida moral si quienes actúan, a sabiendas de que, mientras el acto se celebra, las bombas arrojadas por su país y su Estado están cayendo sobre el territorio ocupado, no hacen una referencia de distanciamiento o rechazo contra semejante tragedia. Desde luego, es perfectamente legítimo y democrático que haya ciudadanía que considera su obligación recordárselo.

Igual que es justificable, desde la más elemental ética política, exigir a Israel el cumplimiento de las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para que Palestina pueda alcanzar en plena libertad su condición de Estado independiente, democrático y con posibilidades de futuro. Nosotros, que no queremos ser neutrales, estamos en tal exigencia.

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