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¿Turismo minero para el valle de Turón?

10 de Mayo del 2017 - Alejandro González Lada (Urbiés)

En la cabecera del valle de Turón se asienta Urbiés, un pueblo limítrofe entre los concejos de Mieres, Langreo, San Martín del Rey Aurelio, Aller y Laviana.

Recuerdo, en mi infancia, contar hasta seis bares, un almacén de piensos, dos carnicerías, dos tiendas de ultramarinos, una panadería, un economato, dos colegios, dispensario médico y líneas de autobús regulares desde las siete de la mañana hasta las once de la noche.

Era un pueblo vivo, mi abuela me repetía continuamente la misma frase: "Tú no conociste Urbiés cuando había gente". Esa frase me llamaba mucho la atención, porque yo veía que tanto casas como "colominas" estaban llenas de gente, familias compuestas por un mínimo de 4 a 6 personas, pero mi abuela insistía, y la población de la parroquia llegó hasta tal punto que hórreos y paneras eran usadas como vivienda.

Ayer escucho una noticia que me suena como eco del pasado: el turismo minero en el valle de Turón. ¿Otra vez? Después de abandonar a sus habitantes, ¿ahora volvemos a vender humo? Aquí tontos no quedan, así que no nos tomen por tales. Llevamos décadas esperando por un gesto hacia este valle y sus gentes, y lo poco que se puede ver es el abandono al que se exponen las cenizas que nos concedieron, sirva como ejemplo la senda verde.

El dinero que se invirtió con el fin de fomentar el turismo minero fue a parar al valle del Nalón. Allí se invirtió y mientras funcionaba la minería se inaugura el Mumi (1994), se mantiene el Pozo San Luis (B. I. C. 2013) y se pone en marcha el Ecomuseo de Samuño. Entretanto, ¿qué se hizo en el otro valle? Nada. El Pozo San José y Figaredo se mantienen para evitar inundaciones en la zona de Aller; el Pozo Espinos subsiste, pero no se explota como debería; del Mosquil ni hablamos; el Pozo Santa Bárbara, curiosamente también calificado como bien de interés cultural, malvive con una rehabilitación de un 20% de sus instalaciones. Aquí trabajó mi familia y alguno dejó su vida, y jamás olvidaré el día que cortaron los cables que sujetaban la jaula. El estruendo se escuchó en todo el valle, corría un aciago 6 de septiembre de 1996 y con semejante salvajada se daba el pistoletazo al definitivo despoblamiento del valle y el punto final a la vida de los pueblos.

No sé qué pretenden con este proyecto. Quizás alimentar falsas esperanzas para justificar los emolumentos, quizás para pagar por un estudio que terminará en algún cajón. La experiencia nos alimentó la esperanza de reindustrialización, cuyo fruto se puede ver hoy en forma de polígonos industriales abandonados, millones de inversión saqueados por "buscasubvenciones", cientos de puestos de trabajo prometidos y convertidos en humo, ilusiones y esperanzas de recuperar el pulso vital de un valle que hoy presenta encefalograma plano.

A veces, cuando estoy en Urbiés y bajo hacia la capital del concejo, pienso en lo solitario que se ve mi pueblo, la poca gente que queda, lo guapo que es, lo privilegiado de su situación y el abandono tan terrible que sufre. Bajo por el valle y mientras atravieso San Andrés, El Lago o el mismo Turón, veo que la situación no mejora: locales cerrados, apenas se ve gente, las líneas de autobús escasean. La Cuadriella, Cabojal, Figaredo y la situación no varía. Llegamos a Mieres, capital del concejo, y para no desentonar con los pueblos de su entorno, el ambiente ya no es lo que era, subsiste yo diría como ciudad dormitorio, la población disminuye, el trabajo escasea y las perspectivas no apuntan a un cambio.

Sabemos que la actividad del turismo minero jamás alcanzará las cotas de empleo y servicios que proporcionó la industria extractiva, pero lo que no me parece de recibo es que si un día se pone en marcha este proyecto, se dejen de lado algunos pueblos. Aquí, desde el cruce de Figaredo hasta el Cuetu Ventusu, todos los pueblos vivieron de la minería, y si se habla de explotar el legado patrimonial y la naturaleza que nos rodea, deberían ser partícipes todos los núcleos rurales del valle.

Por supuesto, si se pone en marcha, el conjunto debería dotarse de fondos suficientes para permitir el mantenimiento y su diversificación. No volvamos a caer en el error de abrir cientos de kilómetros de sendas para dejarlas en el más absoluto abandono. También estaría bien que se proporcionaran ayudas para emprendedores y, desde luego, publicitarlo como un atractivo turístico en donde se conjugan historia, naturaleza, cultura, deporte y gastronomía.

Ver veremos. Lo único que espero es que la historia no se repita, y si se apuesta por el valle, se haga con seriedad y respeto hacia sus gentes. De tomaduras de pelo ya estamos hartos.

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