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«Y la tierra es del viento»

5 de Enero del 2010 - Lisardo Santirso Vázquez (Oviedo)

Me ha sorprendido la frase que nuestro presidente de Gobierno ha pronunciado recientemente en la cumbre sobre el cambio climático en Copenhague. No me parece probable que en la cabeza del Presidente resonaran las palabras de Gandhi cuando contemplando los animales del agua, de la tierra y del aire discernía el silencio de los primeros, el ruido de los segundos (que sabemos que berrean, balan, ladran, rebuznan, mugen, etcétera) y el canto de los terceros, que provoca en nosotros la experiencia de lo sublime. Me cuesta creer que nuestro presidente, tan profundamente anclado en el laicismo inmanente, eleve la mirada hacia lo alto para captar en las aves que surcan el viento la música celestial que aviva el fuego que arde en lo más íntimo de nosotros mismos.

¿Será que intenta explorar los ecos de la religiosidad pagana evocando a Eolo, señor de los vientos, como el máximo hacedor de la tierra, domeñándolos o liberándolos a su antojo? Es sabido que cuando uno abandona las auténticas raíces religiosas de su cultura otras espurias emergen para suplantarlas. En ellas suelen conjugarse elementos tribales, claves esotéricas y asertos crípticos que, a la postre, acaban por resultar profundamente huecas.

Es probable que para nuestro presidente la respuesta, al modo en que cantara Dylan, esté flotando en el viento. Del «Crisis? What crisis?», nos impele al «blowin’ ¡in the wind», el viento que habrá de despeinar a la crisis, so riesgo de que ésta devenga con mayor virulencia aún.

¿O habrá querido rescatar el primer versículo del Génesis cuando en el día primero de la creación un «viento fortísimo» se agitaba por encima de las aguas primordiales? Parece que no, sería tanto como afirmar la autoría del Espíritu de Dios en los albores de la Creación, el mismo viento que rompería las aguas del mar Rojo, para posibilitar la gesta liberadora de los hebreos subyugados por la tiranía de Egipto, el mismo viento que irrumpió en el Gólgota para romper el velo de un templo tras el cual se pretendía enclaustrar al Dios de la libertad, de la justicia y del amor, o aquel que irrumpiera en Pentecostés para provocar el milagro de la nueva creación del ser humano.

En efecto, ni el azar ni el solo determinismo pueden dar razón del dinamismo del cosmos. Este viento divino que dinamiza la realidad en una dirección de sentido, que silenciosamente nos garantiza que la vida es fruto de la acción divina y no de los poderosos de turno. La acción de ese viento que, como diría Jesús a Nicodemo, nadie sabe ni de dónde viene ni adónde va, y que pondrá a cada uno en su sitio. En ese sentido sí que la tierra es del viento.

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