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¿Nos enternecen los abriles?

10 de Mayo del 2017 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Terminada la temporada de cría de las aves, algunos niños de finales de los cincuenta del pasado siglo conseguíamos juntar un centenar de huevos de pega y de cuervo. Custodiábamos el botín en una caja de zapatillas que rellenábamos de paja y serrín para que no se rompiesen. Allí descansaban hasta que, cansados de presumir con ellos, los rompíamos o se pudrían. Toda aquella riqueza de trofeos la conseguíamos buscándolos solo los domingos por la tarde, día en que nuestros padres descansaban un poco de sus rutinarios y duros trabajos del campo. La mañana la ocupábamos en la obligatoria misa.

Calculo que cada año evitábamos que viniesen al mundo unos cientos de pegas, teniendo en cuenta que los huevos usurpados por los niños de mi aldea, con certeza, podían superar los mil. De cuervo conseguíamos bastantes menos, ya que era mucho menor su número. Además, estos córvidos siempre situaban sus nidos en las copas más altas de pinos y ocalitos, haciendo muy difícil la tarea para poder llegar a ellos.

No sentíamos ninguna pena por aquellos provocados abortos, habida cuenta que los nuevos vástagos serían tan malos como sus progenitores: asesinos de pichones de otros pájaros más pequeños y ladronas de sus huevos. Rapiñadoras de todo lo que brilla, principalmente joyas y, en fin, tan negativas como el cuervo o el gato negro.

Encima, ellas prácticamente no tienen más depredadores que el humano racional. Se reforzaba el exterminio en alguna jornada de caza que, si esta no se daba bien, se disparaba a las pegas que salían al paso, diezmándolas en lo posible. Algunas temporadas la Administración pagaba por sus cabezas.

Como consecuencia de tan desmadrados ataques, la población de urracas no medraba. Sin embargo, hoy día se multiplican como los panes y los peces, campando a sus anchas, adueñándose de los solares vip situados en los mejores árboles y arbustos. Tienen la jeta de construir su vivienda, a poco que te descuides, pegada a la vivienda de los sufridores humanos, que, si las observan, muchas veces las verán en sus faenas delictivas. Las he visto varias veces aleteando delante de nidos de gorrión, enfaenadas, robando sus pichones. Haciéndolo cuando estos asomaban abriendo su boca, creyendo que se trataba de sus padres, que les traían el sustento y... ¡zas!, se los llevaban en el pico para ágape de sus hijos.

Pasados los años de aquellas costumbres depredadoras robando huevos a las pica pica, me encuentro hoy en este nuevo escenario y, después de tanto predicar e incentivar "muerte a la pega", no soy capaz, lo mismo que mis amigos contemporáneos de las diarias reuniones, de tener ahora el valor necesario para hacerles el más mínimo daño a estos inteligentes animalitos. Es más, tengo serios cargos de conciencia pensando en los asaltos que antaño les hacíamos a las astutas pegas que ahora nos invaden. Y como quiera que los abriles no pasan en balde... no puedo menos que preguntarme: ¿serán esos abriles el motivo que nos impide actuar hoy con la saña que lo hacíamos entonces?

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