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Algo para recordar

10 de Mayo del 2017 - Faustino Gómez Pérez (Gijón)

Respecto a la corrupción el partido popular es como una sorprendente "Matrioshka", su originalidad consiste en que abres una de sus muñecas y encuentras otra y otra y otra, así sucede en el partido popular, destapas un caso de corrupción y en su interior descubres otro nuevo y éste, a su vez, alberga otro y otro, en un número siempre creciente, es como una historia interminable.

Alguien recordaba el otro día en un periódico del domingo (Me parece que fue Soledad Gallego) que desde hace tiempo es una evidencia la existencia de redes de financiación ilegal en el Partido Popular, que han dado lugar desde hace decenas de años a importantes desvíos de dinero público en diferentes comunidades, ayuntamientos y empresas públicas gobernadas por el Partido Popular. Es una certeza tan manifiesta que obliga a plantearse si un partido con semejante grado de corrupción puede estar dirigiendo un país.

Con cara de cemento armado o intentando imitar a los cómicos del Club de la Comedia, el coordinador general del Partido Popular, Fernando Martínez Maíllo, declaraba días pasados a raíz de la "operación Lezo": "Con nosotros la justicia funciona, y nuestra formación está actuando de forma implacable contra la corrupción, debido a que el PP está comprometido radical y absolutamente en esta materia. Somos nosotros los que hemos llevado esta cuestión del Canal ante los tribunales. Esta ha sido siempre la forma de actuar del PP". (¡¡¡Carcajadas generales!!!). Por más que lo intenten no pueden huir de su propia sombra, y su sombra, mal que les pese, es la corrupción. No pueden eludir su responsabilidad. Han convertido en mantra esa falaz frase de que con ellos "el que la hace la paga"; y no es cierto, más bien es "al que le pillan, la paga"; y bien que ponen todo tipo de trabas y obstáculos para que no les pillen, utilizando para ello sin pudor las instituciones del estado (ministros, secretarios de Estado, judicatura y fiscalía...). Con más de 800 altos cargos imputados y algunos de ellos en la cárcel, como chiste no está mal la clamorosa afirmación de la Sra. Cospedal, aquella que, en 2013, con ese estilo engolado y altanero que le caracteriza, se preguntaba: "¿Imagináis que se hablara de cuentas en Suiza de dirigentes del PP? ¿A que yo ya habría tenido que dimitir?" (Y el coro respondió: ¡sí, sí, sí!); y con enorme cinismo hace apenas tres días declaraba: "¡No vamos a tolerar que nos digan que el PP es corrupto!". Y ¿qué decir de Rafa Hernando?; no sé en qué categoría situarle, pero nadie como él define la arrogancia y la chulería insultante en la política española: "Lo que me importa es que los grupos parlamentarios se centren en lo que es importante para los españoles, que son los Presupuestos y no en la corrupción, especialmente cuando quien la ha denunciado no han sido ellos sino el Partido Popular". ¿A quién quieren engañar? Lo sabían todo, pero todo lo niegan; de ahí que muchos, por higiene democrática, consideremos obligado sacar a la luz lo que el PP quiere ocultar.

La desmemoria de algunos políticos a veces es asombrosa. Prefieren la simplificación al matiz; cuántos se imponen un "Alzheimer voluntario" para ignorar u olvidarse de demasiadas palabras y hechos de su incómodo pasado. Pero ¿qué pasó en realidad en esa época que nos decían que era "de vino y rosas"?; época de los Aznar, Rato, Rajoy, Cascos, Acebes, Arenas, Mayor Oreja, Fernández Díaz, Aguirre, González, Granados, Gallardón, Trillo, Bárcenas, Mata, Mato, Barbera, Cospedal, Zaplana, Camps, Fabra, Rus, Castedo, Ripoll, Pedro Antonio Sánchez, Soria, Pujalte, Baltar, Imbroda, Gómez de la Serna, Arístegui, etc...

Y qué decir de Rajoy. Rajoy es una fortaleza rodeada de un gran foso de casos de corrupción. Es casi ya un acto reflejo en España que cuando suena la palabra corrupción todos miremos al mismo sitio: o a Rajoy o a alguno de su partido. Rajoy es "la gran matrioshka" que cubre todas las demás "muñecas"; el hombre que sabiéndolo todo, mantiene todos los silencios; aquél para quien "un plato es un plato y un vaso es un vaso", pero un "corrupto del PP no es un corrupto del PP", y que "la trama del PP es una trama contra el PP". Es el paradigma de la historia interminable de Ende. Es el presidente que, desde un plasma o desde el otro lado del Atlántico, nos dice que "hay que dejar trabajar a los jueces", que "la justicia con el PP actúa con independencia", o que "los populares hacen todo lo posible para facilitar su labor". Rajoy es ese presidente que, en el discurso de clausura del 18º congreso de su partido, afirma sin que se le mueva un músculo (excepto el párpado del ojo izquierdo) que "las principales armas de nuestro partido son la verdad, la buena gestión, la eficacia y la ejemplaridad". Rajoy es ese presidente que ha pasado de su "nunca podrán probar", a tener que declarar como testigo ante la Justicia, porque lidera un partido imputado que no colabora, según dice el auto que le cita. Considero que no está en condiciones de ejercer la presidencia del Gobierno porque no es posible ejercer la presidencia sometiendo al país, una semana sí y otra también, a una desmoralización continua. Rajoy, en fin, tiene un problema de credibilidad, ya no es posible falsificar la historia ni reconstruirla a su conveniencia.

Modificando algo la letra de ese romance que nos obligaban a memorizar de pequeños: "Tres eran tres y ninguna era buena", cobra sentido y entendemos lo sucedido en la historia interminable y épica del PP desde Fraga y su legado franquista, tres -Aznar, Rato y Rajoy- fueron los elegidos y ninguno, a juicio de millones de ciudadanos, ha sido bueno.

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