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Lutero y la Reforma, bajo un punto de vista protestante

31 de Mayo del 2017 - Manuel Vital de Andrés Díaz (Gijón)

Lutero es una figura con sus luces y sombras, pero una figura fascinante de la Historia que no deja indiferente a nadie que lo lea o lo haya leído. Es un personaje ciertamente polémico, pero valiente en un momento en que era necesario serlo y aun sabiendo que la vida le iba en ello.

Lutero parte de la sencilla afirmación de que la fe salva al cristiano del pecado. Pecado para Lutero era la condición del hombre después de la desobediencia de Adán y Eva en el Edén. Después de la Caída, la voluntad de los hombres quedaba contaminada de forma inexorable por los poderes del mal. En otras palabras, la tendencia del hombre a partir de la expulsión del Edén es hacia el autoengaño, la mentira, el poder, la inseguridad y sufrimiento, al quedar al mismo tiempo inmersos en un mundo contingente que es capaz de condicionar totalmente nuestra voluntad.

Resumiendo y utilizando un lenguaje muy usual hoy día en la vida española: la naturaleza humana pasa a ser una naturaleza corrupta sin remedio.

La Historia no dejaba de darle a Lutero y a muchos cristianos sinceros infinitos ejemplos de tal continuada corrupción, corrupción que minaba también la misma Iglesia católica, todopoderosa en aquella época. Que una iglesia seguidora de Cristo se hubiera hecho tan poderosa ya era en sí una impresionante contradicción, y resultaba evidente que todo ese poder se había ido acumulando, no cabe duda, a la contra de lo que decían los Evangelios.

La Iglesia se había convertido a lo largo de los siglos en administradora y mediadora de una gracia que ahora tenía precio, y un precio muy costoso, con un aparato sacramental refinado, una jerarquía sacerdotal muy mezclada en los asuntos de la política y los enredos mundanos, además de la institucionalización de las indulgencias. Había una sobrecarga de supersticiones por un lado y de complicadas teologías por el otro. La complicación de la teología venía motivada por el concepto inmanente de cristiandad, un concepto que fundía el poder espiritual con el secular de un modo necesariamente totalizante. Ello requería de la intensa racionalización de todos los saberes en función de la religión, y de ahí el empeño de la teología intelectualista escolástica.

Por eso la fe de Lutero, al reclamar la sencillez evangélica tal como se lee en las Escrituras y además negarse a retractarse ante el emperador Carlos V, creó un terremoto que poco a poco fue retumbando por toda Europa.

No solo se le ocurre quemar la bula de excomunión, pero al quemar la bula junto con una copia del Derecho Canónico, lo que hace es quemar al mismo tiempo y simbólicamente el poder del Papa y la atribución de la Iglesia de crear su propio derecho al margen del Derecho Civil. Muy fuerte para la época. Difícil de digerir.

La reforma protestante va prendiendo por Alemania, más tarde Zwinglio lleva a cabo la reforma en Zúrich, Calvino en Ginebra, Bucer en Estrasburgo. Los movimientos anabaptistas, de inspiración luterana en un principio, se extenderán por el sur de los territorios germánicos y Países Bajos. Enrique VIII romperá con la Iglesia Católica y formará su Iglesia de Inglaterra. Escocia se unirá más tarde con el calvinismo reformado, las monarquías escandinavas optarán por el luteranismo; el protestantismo reformado logrará instalarse en importantes territorios de Francia, al mismo tiempo que en los Países Bajos va penetrando el calvinismo. Ha comenzado la revolución religiosa dentro de la cristiandad y su división confesional.

El protestantismo se lanza necesariamente en dos frentes, el frente teológico de la fe y el frente político de redefinición de la relación Iglesia y Estado. En cuanto a la fe, se desvincula la tradición de la revelación, colocando las Escrituras como única fuente de inspiración. Se vacían las iglesias de cualquier estructura jerarquizada o comprometida con intereses políticos y económicos, anuló el poder de la misma de crear un derecho paralelo para sí, eliminó el uso de los sacramentos como fuentes de gracia y financiación y los redujo a dos: el bautismo y la cena. Disolvió la división ontológica entre sacerdocio y laicos, estableciendo el sacerdocio universal y acabando así con el sacramento del orden. A partir de ahora, el ejercicio del pastorado pasaba a ser un cargo o función a disposición de todo creyente apto y sometido al poder secular en cuanto a leyes. La iglesia visible quedó simplificada a dos signos o marcas externas que la definían: la predicación de la Palabra y el oficio de los dos sacramentos mencionados. La Iglesia pasaba a ser una simple congregación o asamblea de los cristianos. Además, se comienzan a distribuir las dos especies, se anula el celibato clerical y se recuperan las lenguas vernáculas en el culto.

El otro frente evangélico, el de la política, ha de resultar mucho más complicado. Lutero engloba el poder espiritual de las conciencias a la Iglesia, pero deja al Estado todo aquello relacionado con su organización material, elección de pastores, vigilancia territorial, etcétera. El príncipe pasa a tener un control de las posesiones de la anterior Iglesia y su poder secular es elevado a un casi reconocido poder absolutista. El reformador, usando las escrituras como único referente político (había rechazado la escolástica) y basándolo en Romanos 13: 1-7, niega toda posible resistencia al poder secular incluso ante los abusos o injusticias. Esta postura no podría durar mucho: la reacción del Emperador y la Iglesia obligarán a los teólogos protestantes a una defensa armada ante el mismo peligro de exterminación. Lutero habría de buscar un compromiso en nombre de la legalidad secular de los príncipes ante el Emperador. Comienzan las guerras de religión que asolan Europa. Una vez más, la religión cristiana queda inevitablemente mezclada con la política, pero, poco a poco, con la paz de Westfalia (1648) y miles de muertos en el haber, se atisban ya los primeros intentos de desvinculación. La cristiandad comienza a romperse, deja de ser problema de Dios, y comienza la época de las ideologías.

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