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Pasos de cebra y cruce de calles sin semáforo

22 de Mayo del 2017 - Fernando González Alonso (Oviedo)

Hace poco, cruzando un paso de cebra sin semáforo en compañía de dos taxistas, comentando por ambas partes que el peatón no ve mucho el peligro, pues en el paso que cruzábamos, a la izquierda, teníamos un vehículo que impedía la visibilidad, lógicamente miramos antes de cruzar, no confiándonos en el derecho al paso, porque la confianza mata.

Hace pocos años, conduciendo, me acerco al paso de cebra sin semáforo habiendo vehículos a la derecha y me sale un peatón, yo pude parar por lógica y la persona me dice: “Oiga, yo conozco mis derechos” y dije: “Lo respeto a usted como persona y a sus derechos, pero tenga cuidado que lo pueden enterrar con derechos y todo, no se fíe usted de sus derechos, que los seres humano fallamos y nos equivocamos”.

Algo parecido sucede en la carretera del Naranco, en la que existe un paso de cebra donde al final de la acera se sube a la izquierda hacia los Monumentos. En este paso de cebra existe, para los que bajan, la señal correspondiente, aparte de la señal, los obstáculos, como existen en muchos lugares para los vehículos, pero no queda más remedio a los que cruzamos este paso que no confiar en los derechos, porque algunos bajan como bajan, así como las bicicletas que sucede lo mismo en la misma acera, rozando algunos con los peatones, usando el tira que libras o el sálvese quien pueda. ¿Quién le pone el cascabel al gato?

Otro problema es el de los perros. El perro da la vida por el hombre a cambio de nada, pero los animales no confiesan. El perro siempre fue muy maltratado, sobre todo en el pueblo, así se decía “a ése lo tratan como a un perro”. Pues dentro de la casa es un ser querido más, pero en las aceras tenemos que andar mirando hacia abajo a ver dónde pisamos. El animal no es un juguete, hay que saber tenerlo y si no, no lo tengas, que nadie te obliga. Tampoco se puede demostrar que no todos saben tenerlo. El instinto del animal irracional está por encima del racional. Oímos decir a diario al dueño o dueña “no-y falta más que hablar” y seguimos escuchando. Para hablar como muchos vale más que no hable.

Pequeña confusión al cruzar una calle sin paso de peatón. Salgo del colegio de las Ursulinas el 4/5/2017 a las 9 de la mañana y cruzo la carretera teniendo el paso de cebra a cien metros, al llegar a la acera me cogen por la manga de la chaqueta y me dicen: “Venga usted para acá”. Cruzamos la carretera despacio, al llegar a la acera me dice: “No venga usted aquí a estorbar”. Yo dije: “Vale, señor, vale”. Yo soy de la tercera edad con una disminución visual. En aquellos segundos que no sabía por dónde iban los tiros, como solemos decir, y que no conozco las personas con facilidad, en aquel momento no me preocupé de qué persona se trataba. Los hechos lo decían, o una broma pesada o una inocentada, en aquellos segundos pensé que era el santo de los Inocentes, como una chiquillada. Cada cual que lo llame como quiera. Llamar las cosas por su nombre tampoco resulta fácil. Quien tiene boca se equivoca, según el dicho. El perdón, muy de moda, pero que tiene parte de disfraz, pues los disfraces no me gustan ni los de Carnaval.

Hace poco, hablando con una persona del barrio, representante de la Iglesia, después de ciertas palabras, dije así: “Mientras no nos respetemos los unos a los otros, dicho en plural, acabaremos con nosotros mismos y todo lo que nos rodea”. La persona dijo así: “Qué razón tiene usted, qué razón tiene usted. Las palabras son como las herramientas de trabajo, hay que saber usarlas. Ojalá supiéramos todos, ojalá supiéramos todos”.

Fernando González Alonso

Oviedo

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