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El Madrid de la relajación moral

6 de Junio del 2017 - Paco Domínguez (Avilés)

El Siglo de Oro de la narrativa española lo fue, entre otras razones, gracias a la inagotable fuente literaria que de la relajación moral en usos y costumbres supieron sacar provecho afamados entremesistas, saineteros y novelistas de la época, tales como Quevedo, Salas Barbadillo, Quiñones de Benavente y Góngora, entre otros. Reinaba en España Felipe IV y, por entonces, Madrid estaba decorada con un sinfín de burdeles baratos habitados por “rubizas” y casas menos “delatantes” y más pulcras, donde ejercían las “mujeres de amor” o “marcas godeñas”. Es decir, había entonces, como ahora, moradas de placer separadas entre sí por la alcurnia y poderío que ofrece la condición social. Todo esto, añadido a la falta de escrúpulos habitual en el ámbito doméstico, donde los cuernos daban pan y vida al consorcio.

Ya de regreso al Madrid del siglo XXI, la literatura que desborda las impresoras adquiere una narrativa mecánica, poco lustrosa, acorde con la disciplinada retórica judicial. Nos encontramos en el Madrid de la corrupción, la capital del saqueo, en el centro neurálgico del crimen organizado. El hilo conductor de la trama política tiene como leitmotiv el desvío de dinero público al mantenimiento de estructuras y financiación ilegal del partido conservador a través de la facturación de obra pública que el poder político-administrativo de la organización controla. Como en toda red de fluidos, en la de caudales negros también se producen pérdidas; remanente incontrolado que va a parar a los bolsillos de quienes, además de manejar las cañerías, exponen la cara ante la sociedad cuando la inundación desborda el ámbito familiar.

El caso del Canal de Isabel II es distinto, las aguas corren limpias para el PP como organización. Este proceso de rapiña implica a personas, políticos sin escrúpulos que se beneficiaron de una empresa pública para llenarse los bolsillos. Es una historia más de putos chivatos y rufianes de cuello duro que asola nuestra tierra destruyendo las instituciones. La cara oscura del hombre que ve en el poder una forma fácil y sin riesgo aparente para subir el peldaño hasta la gloria social que da el dinero. La Historia está llena de familias nobles cuyo origen de la riqueza es fruto del saqueo corsario. La diferencia está en que aquí el saqueado es todo el pueblo español y no las arcas de sangre de países rivales.

En el plano de la ley y el orden nos distanciamos muy poco de aquella España de Oro. La justicia de Felipe IV era magnánima con el poderoso y aterradora con el pobre. Sólo nos diferencian ciertos formalismos de rigurosidad garantista. Obviamente, el rico siempre tendrá la garantía añadida de sus bienes, mientras que para el pobre tal ventaja le es ajena. Vemos cómo el poder político conservador actúa sin complejos, a cara descubierta, sobre el poder judicial nombrando altos cargos afines a su ideología, sin importar el currículo profesional y personal, con el único fin de tapar sus miserias, mientras que los desheredados de la tierra siguen sufriendo la cólera de las hipotecas y la miseria del desempleo. Ay, si Quevedo levantara la cabeza.

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