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Deformaciones e inexactitudes

6 de Junio del 2017 - José González González (Navia)

A principios del pasado siglo, un orador comenzaba su disertación, en su primera visita a Gijón, con las siguientes palabras: “Creía yo que Gijón era un pueblo culto, hoy no lo creo, porque lo veo. Bajo el criterio de certeza que nuestra observación directa nos proporciona, se desenvuelve o desarrolla, el resto del acervo cultural adquirido a través de la opinión de los demás”. Aproximadamente, diecinueve siglos antes, el evangelista S. Juan, de forma muy precisa y concisa, hacía una valoración similar: “Hablamos de lo que conocemos, de lo que hemos visto damos testimonio” (Jn 3-1). Prácticamente a diario estamos viendo, oyendo o leyendo, a través de los medios de comunicación, opiniones sobre nuestro reciente pasado, tan deformadas e inexactas, que los que nos ha tocado vivir esa época, ya con edad y capacidad suficiente para su análisis, nos está sorprendiendo el desparpajo con el que hablan, enjuician y sentencian quienes por la fecha de su nacimiento no pueden conocer los hechos más que por referencias. “Tendrá el inglés o el americano todo el derecho que quiera para opinar sobre lo que ha pasado y debe pasar en España, pero ese derecho es una injuria si no acepta una obligación correspondiente: la de estar bien informado sobre la Guerra Civil española, cuyo primero y más sustancial capítulo es su origen y las causas que lo han producido” (Ortega, en 1938, en el exilio). Yo recomendaría a tantos y tantos “historiadores”, entre los que se encuentran gran número de extranjeros empeñados en enseñarnos nuestra historia, que leyeran a Ortega y en especial el “Prólogo para franceses” y el “Epílogo para ingleses”, les ayudaría para emitir juicios más acertados no sólo sobre España, sino también sobre la Europa comunitaria, y, si ponen atención, hasta deducir las causas que dan origen al “Brexit”. El ambiente, cada día más enrarecido, que durante años se ha vivido a partir del año 1931 –asesinatos, incendios provocados, altercados públicos, alijos de armas, movimientos revolucionarios e independentistas, expolio de bancos, emisión de papel moneda (que resultó “papel mojado”), grandes destrozos urbanos y lo más lamentable, innumerables obreros y soldados muertos (el servicio militar era obligatorio), Revolución de 1934– conduce a la guerra de 1936 al 1939, donde las barbaridades se repiten, pero con mayor intensidad y gravedad. “Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario de octubre de 1934. Lo declaro como culpa, como pecado, no como gloria (Indalecio Prieto, en el Círculo Pablo Iglesias de México, 1-5-1942)”. La verdad es necesaria para conseguir la paz. Si quieres paz, siembra paz. No basta con no hacer la guerra, es preciso construirla, para vivirla y disfrutarla. “Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos” (Adler). “La verdad os hará libres” (Jn 8-31-38). Ambos conceptos están íntimamente ligados. Peces Barba tergiversando sobre la prioridad, pero aceptando su interconexión dice: “La libertad es la que nos hace más verdaderos”. No estaba muy de acuerdo con esta opinión de don Gregorio el también político don Enrique Tierno Galván: “Las promesas electorales se hacen para no cumplirlas” (si entendemos por democracia la “intervención del pueblo en el Gobierno del Estado”, engañar al pueblo debe restar la credibilidad en los políticos, quedando muy devaluado el valor de la democracia). La verdad juega un importantísimo papel; cada día que transcurre se hace más imprescindible para el Gobierno de las naciones, y constituye el camino más directo para llegar a la Libertad. La Libertad es uno de los derechos que el ser humano ha ambicionado más universalmente y, también, el más conculcado. Cuando lo ejercitamos, solemos considerarlo valor absoluto. Cuando el prójimo lo invoca, no queremos respetarlo. Dado el amplísimo campo en que se puede presentar este derecho, es imposible abordar, ahora, su desarrollo. Sin embargo, no quiero terminar sin referirme a un caso que hace días aparecía en la prensa. Un alto jefe militar jubilado daba una charla en un colegio. Al final lanza su ácrata e incalificable epifonema: “No obedezcáis a vuestros padres, ni a vuestros maestros, ni a los políticos, porque es la forma de llegar a ser libres”. ¿Qué entenderá por libertad este militar? Cuerpo en el que, increíblemente, alcanzó el grado de teniente coronel. Donde la obediencia es la base de la imprescindible disciplina. Y que sin ésta el grupo se transformaría en una horda. Es una gravísima irresponsabilidad animar a unos jóvenes menores de edad a desobedecer a sus padres, que prácticamente en todos los casos darían la vida por ellos; o a los maestros, que en su mayoría suelen considerarlos como hijos, y si hay políticos que tal aberración defiendan es porque no tienen hijos, y si los tienen, porque en el desorden reinante han declinado su primer deber: amarlos. “Siembra vientos, recogerás tempestades”.

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