Montánchez, la historia popular dentro de un jamón
Subtítulo:Los derivados del cerdo son la base fundamental de esta comarca cacereña
Destacado: Hay buenos encinares, bellotas conformadas y auténticas piaras de cerdo ibérico bien controladas para el posterior resultado del sacrificio y equilibrio de las carnes
Las gentes de la sierra de Montánchez, en el corazón de la vieja Extremadura y entorno agarrado a la provincia de Cáceres, suelen comentar que los asturianos son personas aguerridas, nobles y andarinas. Allí, en esos enclaves preñados de encinas, alcornoques, vides, moreras, patrimonio artístico y muchos artesanos del jamón ibérico, hablan muy bien del pueblo asturiano y algunos se adentran en la lejana historia de la Reconquista para constatar que algunos de los astures que salieron de su terruño para repoblar territorio hacia el Sur se quedaron en estos espacios de veranos cálidos e inviernos duros e imposibles. Precisamente, en estos lugares próximos a la Ruta de la Plata y alrededores, se sabe que en ese tiempo de ordenación de los territorios hispanos los norteños de Asturias dejaron impronta por estos lares y ahí están apellidos como Cortés, Fernández, Peláez o Menéndez.
Y recorriendo estos bellos lugares serranos con trasfondo de historia medieval, la vida transcurre siguiendo los dictados de la naturaleza. La agricultura, el sector agroalimentario y los derivados del cerdo son la base fundamental de la economía local. Y aquí, los jamones ibéricos de pata negra y los de recebo son notables, de gusto inconfundible y sabrosos al paladar. Hay buenos encinares, bellotas conformadas y auténticas piaras de cerdo ibérico bien controladas para el posterior resultado del sacrificio y equilibrio de las carnes. Así quedó demostrado en las instalaciones de Iberselec, Bautista o Monsalud, tres destacadas empresas que trabajan los jamones como mandan los cánones de la exigencia comercial y la calidad exportadora. La denominación de origen se ajusta y está amparada en la Dehesa de Extremadura y los buenos gourmets nacionales y muchos extranjeros de paladar fino escogen estos productos para sus despensas. Aquí en Asturias los distribuyen Salvador Exclusivas y Evaristo Evial, y cada vez tienen más predicamento entre la hostelería de altura.
Y la historia de esta serranía cabe en un jamón, porque aquí todo es íntimo, apretado, singular y está íntimamente ligado al mundo de este producto excelso y cargado de españolidad. Y si hay que salirse del jamón, que es bastante complicado, pues la zona cuenta con múltiples recursos de indudable interés para el viajero accidental que gusta descubrir espacios distintos y alejados de los circuitos tradicionales. La sociedad turística Adismonta se encarga de la promoción de este dominio rural. Tanto en Montánchez como en el valle del Tamuja las maravillas existen en todo su ámbito como la ruta de los molinos y sus molinos, el atrayente castillo de Montánchez, balcón de la Extremadura, la encina La Terrona, la más vieja del mundo –800 años– y la mayor de España por su perímetro y su altura, el interesante castro prerromano de Villasviejas, el claustro conventual de los Agustinos Recoletos y, especialmente, la sobresaliente basílica de Santa Lucía del Trampal, un viejo cenobio y ermita de estilo visigótico con un didáctico y funcional centro de interpretación. Situada en un entorno aislado y en plena serranía, esta iglesia es semejante a los monumentos prerrománicos de San Miguel de Lillo o Santa Cristina de Lena. Es del siglo VIII y los vecinos de Alcuéscar, municipio pleno de vides e higueras donde está ubicada, están emocionados por contar en su término municipal con un edificio tan bien armonizado y espectacular. Ellos dicen: «¿Saben que el laurel es mágico? ¿Que los sitios donde hay árboles de laurel son imprescindibles para el funcionamiento del universo? ¿Que no se podría pasar sin ellos? ¿Que en Santa Lucía del Trampal, a la entrada de la basílica, hay un laurel? Santa Lucía vela por nosotros y vamos a contar, en un susurro, a quien nos pregunte, que hay un rincón inesperado, en mitad de una serranía casi perdida, en el que todo lo que nos rodeaba era insustituible, el laurel, el recinto sagrado… y que nosotros estuvimos allí…».
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