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De educación, ética y política

1 de Junio del 2017 - Ricardo Saavedra Fdez.-Combarro (Tapia de Casariego)

4 es igual a 5. Podría parecer éste un axioma ilógico o carente de fundamento, pero según la concepción del mundo de la Consejería de Educación del Principado de Asturias resulta de lo más productivo. Lleva años aplicándolo a las calificaciones del alumnado de la enseñanza pública y ningún matemático se ha rasgado las vestiduras. Es por eso que ahora que le ha tocado a uno vivirlo como docente de segundo de Bachillerato no le causa sorpresa: con frecuencia los inspectores advierten de ello y los equipos directivos lo recuerdan: un 4, para la Consejería, es siempre un 5.

Así que, una vez que la reclamación de un suspenso abandona un instituto y arriba al feudo de la política, no importa que el docente entregue a la Administración toda la documentación pertinente para justificar la calificación: los exámenes del curso completo exhaustivamente corregidos y milimétricamente puntuados, las copias de los registros diarios en el cuaderno del profesor, las rúbricas de evaluación de los proyectos de expresión escrita y de exposición oral, las hojas de cálculo con las fórmulas matemáticas donde las calificaciones quedan consignadas porcentualmente, el cuestionario anónimo de evaluación del curso donde ningún alumno de segundo de Bachillerato del centro considera injustas las calificaciones del docente, la hoja en la que la alumna reclamante firmó en su día quedar enterada del proceso de evaluación y calificación del curso y hasta un informe en el que se detallan los estándares de aprendizaje del currículum que la discente no alcanza: más de la mitad. Todo esto es inútil porque el axioma resulta ineluctable: 4 es igual a 5.

Aun así, es moralmente obligado afirmarlo: al convertir con tal alacridad un suspenso en un aprobado inmerecido se comete un error que carcome tres pilares básicos. En primer lugar, se echa por tierra la labor del profesor, cuyo trabajo se ningunea y equivale finalmente a nada; en segundo lugar, se comete un agravio comparativo con respecto a otros discentes que se encuentran en una situación similar; por último, y quizá lo más grave, se ahonda en una idea sobreprotectora de la educación que pretende evitar a toda costa la frustración de los alumnos y los invita a extraer la conclusión palmaria de que para conseguir sus objetivos no es preciso trabajar, esforzarse o enmendar sus errores.

Y es que desde la perspectiva de la política prima desde hace tiempo un concepto resultadista de la enseñanza que lo computa todo en términos de productividad. Importan los porcentajes de aprobados, promocionados y titulados, no tanto la calidad de la educación o del aprendizaje. Importan las estadísticas bastante más que los procesos o los contextos. Importan los fines, no los medios ni las intenciones. Importa el lustre falsario de la apariencia y no la esencia de la ilustración. Así se explica el axioma, así se comprende que 4 sea igual a 5 y que la ética, en el ámbito educativo, pueda seguir esperando sentada por la política.

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