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España, un polvorín

3 de Junio del 2017 - Ricardo Luis Arias Aller (Aller)

Nuestro carpetovetónico país es hoy un verdadero polvorín social y político que, necios, locos e irresponsables, lo van a hacer explotar y que todo salte por los aires. Quizás pueda ser esta la solución y remedio para que luego, de tan corruptas y asquerosas cenizas políticas surja un país nuevo, limpio, decente, con nuevas políticas, ellas y ellos, que no tengan más ideología que aquella que se refiera únicamente a España y sus valores éticos y morales, muy particularmente los valores patrios, tan enfangados hoy. Resulta vergonzoso e inexplicable como hoy, progresistas y populistas, amen de otras facciones diversas, de un color u otro, omiten, olvidan y desprecian valores y conceptos, calificativos, que no son de hoy ni de ayer, que son de siempre. Que nos han transmitido unas generaciones, y la propia historia –tan amañada, tergiversada o falseada tanto por los que ganaron la guerra fratricida como los que la perdieron–, que no era de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario.

Y esos valores y conceptos, pro lo tanto, no vienen del franquismo ni de ninguna otra tendencia ideológica o política, sino que son de siempre, sí, y nadie los puede olvidar, postergar ni despreciar. Se omite el nombre de España por el de país, hasta la saciedad, y patriotismo y nación han sido erradicados pro completo. Y ya no digamos lo que ocurre con la bandera nacional, que la derecha manosea y hace suya en actos del partido en manifestaciones, y la izquierda extremista y radical la desprecia y omite por completo. Sobre todo en Cataluña, que es escarnecida, insultada y quemada. En Cataluña, ese polvorín tiene un mayor riesgo de explosión, lo que no parece importar a nadie. Nadie le puso freno, en un principio, a ese sedicioso separatismo y ahora ahí tenemos las consecuencias. Dramáticas. Con un posible golpe de Estado, que descaradamente ya se está incubando. Hasta con chulería.

Unos y otros, sí, izquierdas y derechas, son responsables todos de ese polvorín social y político cuya explosión parece ya irremediable si todas la formaciones políticas aparcan ideologías e intereses de partido y no hacen causa común para librar a España de esa explosión. Asqueados de esa nauseabunda política y de los causantes de ese polvorín, nos vamos al medio rural, a su belleza agreste, a sus buenas gentes, a la típica aldea, en donde se respiran mejores aires y la paz es una hermosa realidad. Hoy, todo está politizado en la sociedad que vivimos, mal vivimos, hasta el aire que se respira, lo que no ocurre así en el medio rural, en la que el aire es puro, no está contaminado ni ambiental ni políticamente. En la aldea no hay manifestaciones, ni pancartas ni nada de toda esa convulsa parafernalia ideológica y política que abajo, en la ciudad, todo lo altera y pervierte con el consabido daño y deterioro de la paz social. Que en la aldea es auténtica, sagrada, transmitida generacionalmente pro encima de los temporales sociales y políticos que los tiempos traen consigo, cada vez más crudos y tormentosos.

El paisano de la aldea puede tener una idea política, la que sea, pero jamás hará que altere o menoscabe su hombría de bien y, menos aún, que lo enfrente con su vecino y compadre, como ocurre aquí abajo, lamentable e inexplicablemente. Y así vamos hechos y acontecimientos, radicalizados y violentos, verdaderamente lamentables, que en el medio rural se ven con asombro y tristeza. Porque allí todo es diferente, y la vida discurre como siempre, pacífica y tranquila, hermanada, sin que la puedan alterar las convulsiones sociales y políticas de aquí abajo, cada vez más agudizadas, que terminarán pro mandarlo todo al carajo. Y esto, el paisano, el hombre y mujer de la aldea, no lo entienden porque su política no es otra que la convivencia, la buena vecindad y la vida dura de un trabajo duro, pertinaz, siempre lo mismo, haga frío o haga sol, sin fiestas ni domingos, porque el ganado y los cultivos son de una obligada atención diaria. Y esto en la ciudad se desconoce y no se valora y aprecia. Y no debemos de olvidar que el paisano, el ganadero y el agricultor, son los que nos dan de comer, como se pudo demostrar en aquella famélica posguerra nuestra, de tanta hambre y necesidad, en la que el hombre de la ciudad tuvo que recurrir al hombre de la aldea, al paisano, comprando o intercambiando para poder llenar su tripa vacía. ¡Cuánta hambre quitaron entonces las aldeas! Y qué poco se les reconoció después, que muchas de ellas siguieron sin luz y sin carretera, como uno pudo comprobar y denunció en la prensa regional. Esto bien se me tuvo en cuenta después, a nivel gubernativo provincial. Veamos un ejemplo, que conocí.

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