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Jorge Armayor, un amigo insustituible

15 de Junio del 2017 - Juan Luis Roces Suárez (Oviedo)

El martes día seis de junio y durante el último adiós a nuestro querido Jorge, intenté expresar oralmente una versión cariñosa de su singular semblante.

Sigue costándome el creerlo, pero ahora, relajado descansando a la orilla del río Ambroz, (cuan distinto del río Alba al que Jorge adoraba), me veo obligado a plasmarlo de nuevo, sosegadamente y de forma ordenada.

Curiosamente, hace tan solo unos días, durante una jornada de pesca y como consecuencia de mis comentarios acerca de la intervención oral en una boda familiar, empezó Jorge a hacer sus típicas bromas y cábalas y a tantearme sobre cuando iba a ser mi próxima aparición en público.

Y las paradojas de la vida, desgraciadamente estamos en ella.

Jorge, amaba a su familia, buen hijo, buen esposo y buen padre.

Jorge, amaba a la naturaleza.

Jorge amaba a la tierra, podría decirse que los surcos que hacía en su cuidada y ordenada huerta eran como caricias para el terreno.

Jorge amaba el agua, sus movimientos y acciones en el río, para arrancarle silenciosamente una trucha, aunque no fuese de la medida, no alteraban para nada su curso.

Jorge amaba el aire, no en vano estaba intentando dominarlo encerrándolo en las esféricas burbujas de su nueva aventura del champán de sidra.

Jorge adoraba a los niños y recíprocamente los niños adoraban en él.

Recordaba nuestra hija Pili, cuando con tres años sentía pululando a Jorge cerca de casa y daba la voz de alarma a su hermano, Pipo escóndete que viene el "povocador", pero lo hacía subiendo la voz para que aquella fiera rebosante de cariño detectase a su presa y se abalanzase sobre ella.

Jorge, en sus numerosa idas y venidas por el pueblo, atravesaba la plaza de la iglesia cruzando el pequeño parque infantil, provocando a los niños, fueran locales ó foráneos.

Jorge quería a todo el mundo, algunos protestaban decían que por su cansina pesadez, otros lo consideraban un poco rompe huevos, pero ojo, con templanza, nunca llego a cascarlos.

Jorge se autoproclamó abuelo nada más que nació Emilio, el nieto de sus entrañables Toño y María.

Jorge amaba los fogones, se puede decir que era un gran cocinero y además eso le permitía cumplir con otra de sus grandes pasiones, el verse rodeado de sus amigos

Habría infinidad de calificativos para definir a Jorge, pero yo destacaría sobre todo su generosidad, su bondad, su gran corazón, ese que le falló hace unos días.

Yo diría simple y llanamente: JORGE ERA JORGE.

Muchas veces cuando nos veían regresar tras una sesión de pesca, con nuestras risas y bromas, la gente no era consciente que tras esa apariencia lúdica, había una trastienda de dialogo, conversación, discusiones filosóficas, opiniones. Pero con Jorge siempre en el escaño de la oposición.

A las diez, la sagrada hora del desayuno, nos obligaba a salir del río, para que sentado en su poltrona del Bebezón del Campurru y mientras abría la lata de mejillones diera sus primeras y tajantes ordenes: Toño el sacacorchos, Juan Luis donde están los tenedores, para acto seguido proceder al llenado de aquella añeja y gastada bota de vino, que curiosamente hacía la función de reloj para marcarnos el final del periodo de asueto, el cual llegaba cuando por mucho que clavases los dedos en su áspera piel no salía ni una gota. En ocasiones, tanto estábamos disfrutando de aquellos gratos momentos, que alargábamos la sesión recargando nuestro particular reloj con una nueva botella.

Y Jorge buscando la tertulia, ofrecía un trago de vino a todos, ya fuesen ganaderos, paseantes, excursionistas, guardas.

Hay infinidad de anécdotas de aquellas inolvidables jornadas, pero recuerdo en especial la asidua visita, mientras su salud se lo permitió, de Alejandro Canga, Alejandro el practicante para los coyanes, al que Jorge hacia contar la historia, una y otra vez, de su primera estilográfica, aquella pluma marca Imperial suministrada por Moisés el de Sara, a un precio fuera de mercado.

Nuestra cultura y un poco deteriorada civilización, mantienen al margen el tema de la muerte. La vida parece ser que solo comprende: la escuela de cero a tres años, la LOGSE, la Universidad, el trabajo, el matrimonio, los hijo y nietos, la conciliación familiar, la pre ó jubilación, la vejez.

Nadie quiere hablar de la muerte, por temor, por comodidad, por no querer pensar.

Pues Jorge, con harta frecuencia sacaba a colación su gran preocupación, casi obsesión, respecto de la muerte y no era más que el temor a pasar por una larga fase previa a la misma, una etapa de meses de sufrimiento.

A final tuvo la muerte que quería, ¿pero a que precio?, ocurrió mucho antes de lo esperado. No es justo.

En esta vida es muy difícil encontrar un amigo, pero un amigo de verdad y Jorge lo fue y lo seguirá siendo, lamentablemente ya no volveré a tener otro como él.

Me gustaría poder creer que existe un paraíso, en el que como tal, surcaría un gran río de aguas cristalinas, para que Jorge pudiera escaparse a echar alguna varada.

Descansa en paz Jorge.

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