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El Rosal: un equipo de toda la vida

12 de Junio del 2017 - Alfredo Rodríguez Pérez (Logroño)

Quisiera agradecer en el nombre de mi madre y de toda la familia el cariñoso recuerdo que hace Ángel Fidalgo de mi padre, José Antonio Rodríguez, "Jesús", en su crónica sobre la celebración del ascenso del Rosal FC. Este agosto hará diez años de su fallecimiento y para nosotros es muy emotivo que su figura permanezca en el recuerdo del equipo de toda su vida. Para él hubiera sido una gran alegría este ascenso que tan pocas veces ha ocurrido en la dilatada historia del Rosal FC, pero estoy seguro de que hubiera sido aún mayor al comprobar en qué buenas manos está el club. Primero, en las de Adolfo Casero, que lo mantuvo durante años y que tan cariñoso ha sido con mi padre y con su memoria. Puede estar seguro de que el aprecio que le tenía mi padre se mantiene en sus hijos. Y ahora con esta joven e inquieta directiva que tanto éxito ha tenido en lo deportivo como repercusión social.

También como ovetenses de cierta edad representa una satisfacción que se mantenga una parte de la identidad del Oviedo de los 60 y 70. La celebración del triunfo en la propia calle, justo delante del bar de mis abuelos, luego de mis padres (el Bar Rosal, también llamado Casa Perón) desaparecido hace tantos años, es otro motivo de emoción y agradecimiento. Justo enfrente, en la casa de fachada modernista, estuvo la sede del equipo a finales de los 80 y principio de los 90. Porque el Rosal FC es uno de los pocos equipos que no lleva el nombre de una ciudad, un barrio o una región, sino de una calle. Una calle que como la ciudad ha cambiado mucho pero que sigue siendo el centro de ese Oviedo que se va escapando con el paso del tiempo.

Aquel equipo estaba muy vinculado a la calle y allí vivían, o en su alrededor, la gran mayoría de los directivos. Allí se encontraban cada tarde para compartir una botella de vino y una partida de cartas o interminables discusiones de fútbol. En aquel Bar Rosal de mi infancia conocí yo al mítico Emilín, a Manolo Cuesta, que jugó en el Rosal y en el Real Oviedo de los años 40 y a tantos otros jugadores. Éramos una gran familia que viajaba siguiendo al equipo, sin prestar mucha atención a los éxitos o los fracasos deportivos, peregrinando por los muchos campos que tuvo el Rosal (Seminario, Posada de Llanera, Olloniego...).

En esta época en la que el fútbol se ha convertido en un espectáculo televisivo y de marketing es reconfortante comprobar que aún sobrevive otro fútbol, más modesto, pero más cercano, más parecido al de nuestra infancia. El Rosal de ahora sigue siendo el equipo humilde en el que jugó mi padre en los años 40, en el que fue directivo casi toda su vida, el mismo que yo iba a ver en los 70 y en el que jugué fugazmente de juvenil y cuya camiseta se ponen mis hijos ahora, viviendo a cientos de kilómetros para celebrar en redes sociales su ascenso.

Un equipo de los de antes, de los de siempre, con la misma filosofía a través de los años, ahora actualizada ("mocedá y optimismu").

Porque para ser feliz jugando al fútbol basta con un grupo de amigos, un balón... y un trozo de calle. En nuestro caso, la calle del Rosal.

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