"Patria"

24 de Junio del 2017 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

“El nuestro ha sido un pueblo emprendedor, aventurero, de hombres valientes y piadosos. Hemos trabajado la madera, la piedra, el hierro, y hemos andado por todos los mares; pero desgraciadamente, en el curso de los siglos, los vascos no hemos prestado suficiente atención a las letras...” Así se expresa el cura del pueblo donde transcurre la novela de Fernando Aramburu al dirigirse al hermano pequeño de un etarra, ganador de un certamen de poesía en su pueblo, y probablemente tenga razón.

Euskadi no ha dado lamentablemente grandes escritores si exceptuamos a Pío Baroja y Miguel de Unamuno. Hoy en Euskadi, al igual que en el resto de España, se escribe mucho, yo diría que demasiado. Proliferan como setas las novelas y los escritores de más que dudosa calidad literaria, cualquier periodista de medio pelo escribe una novela y no digamos la “literatura” que genera el “famoseo televisivo” que provoca interminables colas en las ferias de libros en busca de la codiciada firma del famoso televisivo.

Más lamentable es, si cabe, la escasa producción literaria seria, al igual que la cinematográfica en relación con el conflicto vasco, en comparación, por ejemplo, con el tema del IRA en Irlanda. Por citar algunos ejemplos: “Mi traidor”, del periodista francotunecino Sorj Chalandon; “Los fantasmas de Belfast”, de Stuart Neville; “Confesiones de un rebelde”, de Brendan Behan, o las novelas del género negro de McKinty y un larguísimo etcétera, sin olvidar la necesaria pero dura autobiografía de Gerard Conlon, “Proved innocent”, maravillosamente adaptada al cine como “En el nombre del padre”.

Por ello, cuando apareció la novela “Patria”, de Fernando Aramburu, confieso que, por primera vez, me dejé llevar por la ola de entusiasmo desmedido que los medios y críticos literarios desplegaron al poco tiempo de aparecer la misma: “Monumento literario del año”, “Fenómeno literario de la década”, “Es más que una buena novela... es la novela que hacía tiempo tenía que escribirse”, “Un libro que quedará para siempre” y la más cargada de pasión y desmesura como la siguiente: “Lo hicieron los ‘Episodios nacionales’ de Galdós, justo cuando hacía falta recordar y saturar discordias civiles, y lo hizo ‘Guerra y paz’, de Tolstói, cuando corría riesgo de olvido el origen de la Rusia moderna. Lo mismo están haciendo ahora las novelas de Fernando Aramburu” (José Carlos Mainer, crítico literario de “El País”)... ¡Ahí es nada!, ya puede Aramburu sentirse en la gloria, sentado a la diestra de Galdós y Tolstói.

No soy crítico literario y a mi edad ni siquiera aspiro a serlo. Me gusta la buena literatura y por ello huyo de los “best seller”, del elogio gratuito a cualquier fenómeno mediático en forma de libro. La novela “Patria” cayó en mis manos en el peor momento para ella. Acababa de leer la portentosa novela de Leonardo Padura “El hombre que amaba los perros” y me encontraba empezando “Herejes” del escritor cubano, premio “Princesa de Asturias” de las Letras. La comparación se me hacía inevitable; mientras Pandura me invita a disfrutar de su exquisito manejo de la lengua castellana, de la descripción de los personajes como muy pocos lo saben hacer, de disfrutar de unos diálogos absorbentes que te impiden hacer una pausa; de admirar y sorprenderte de su manejo riguroso de los hechos históricos; la novela de Aramburu me cuesta seguirla porque la encuentro demasiado pobre literariamente hablando; parece la obra de un principiante a pesar de tener en sus manos “oro en paño” con el conflicto vasco. Los diálogos, excesivos y pobres, me recuerdan la estructura narrativa de las “novelitas” del Lejano Oeste que yo leía de pequeño y que, por entonces, se publicaban como churros, para consumo rápido de adolescentes.

Nadie discute sobre la necesidad de escribir sobre el conflicto vasco, es más, quizás es el momento más “dulce” para hacerlo, tras la desaparición definitiva del terrorismo etarra, pero ello no hay que hacerlo renunciando a la buena literatura. Los hechos novelados que se narran en la obra de Aramburu, en mayor o menor medida, ya eran conocidos: el drama de las familias divididas, el silencio cómplice de los vecinos y la atmósfera irrespirable en muchos pueblos vascos durante tantos años eran sobradamente conocidos, y ello es lo que reproduce Aramburu en su novela, pero lamentablemente falta literatura... o al menos a mí me parece, por lo que me está costando mucho acabarla.

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