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La crisis también afecta a la educación de nuestros hijos «especiales»

14 de Enero del 2010 - María Álvarez Menéndez (Pola de Siero)

Vivo en el Principado de Asturias, donde la crisis se está dejando sentir en todos los ámbitos de la sociedad, al igual que en el resto de España.

Egoístamente, como madre de una niña autista no oral, me preocupa el ajuste anunciado por el consejero de Educación, José Luis Iglesias Riopedre, un duro ajuste a los colegios para ahorrar 3,7 millones de euros en gastos de funcionamiento, lo que unido al descenso en el capítulo de inversiones en los centros pretende hacer frente a las necesidades educativas del año 2010.

Según el Consejero, las cuentas presupuestadas van a ser austeras pero suficientes, por lo que debemos esperar que nuestros hijos con necesidades educativas especiales no salgan perjudicados tras este reajuste.

Pero, claro, ahí está el Partido Popular y su defensa a ultranza de la enseñanza concertada, una falsa enseñanza privada, pues está financiada por los impuestos que pagamos todos.

Menos mal que el consejero Riopedre afirmó rotundamente que el dinero que va destinado a la enseñanza pública no tiene posibilidad de comparación con el dirigido a la concertada, pero es que así debe ser.

En mi comunidad autónoma, los colegios concertados de integración, siempre de carácter religioso, han estado prácticamente hasta el despertar de la crisis aprovechándose de padres con niños con necesidades educativas especiales… Sus «cantos de sirena» han conseguido una verdadera masificación. Un ejemplo muy significativo: hay un centro de estas características en Oviedo que prácticamente ha igualado el número de niños «discapacitados» matriculados con respecto al único Colegio de Educación Especial de la localidad.

Pero ¿por qué se ha dado esa masificación? Porque estos centros actúan como verdaderas empresas y cuando un nuevo niño «especial» se matricula, ellos no están viendo a ese niño y sus diferentes particularidades, sino que están pensando en la cantidad de euros que van a recibir de la Consejería de Educación.

Hace ocho años, en el centro que he puesto de ejemplo, el número de alumnos con necesidades específicas era asumible por el personal del centro. Es por eso que las clases de apoyo eran individuales, al igual que las clases de logopedia o psicomotricidad, por poner un ejemplo. Y he de suponer que las adaptaciones curriculares que se realizaban eran realmente individualizadas.

En la actualidad, en las clases de apoyo unen a niños de patologías tan diversas como el autismo, el síndrome de Down o la parálisis cerebral, pero es que pasa lo mismo en las clases de logopedia y psicomotricidad. Las adaptaciones curriculares no existen, es decir, «miden por el mismo rasero» a todos los niños «especiales», independientemente de su particularidad.

¿Y qué pasa cuando estos niños están en el aula con el resto de sus compañeros «normales»? En este caso, el tutor hace todo lo posible para que no molesten al resto del alumnado, no vaya a ser que reciban quejas de alguna madre o algún padre afirmando que en la clase de su hijo hay un niño que molesta. Entonces, a los niños con síndrome de Down les ponen a colorear, a los autistas les dejan «total libertad para que corran y chillen», pero les abren la puerta para que lo hagan fuera del aula.

¿Qué ocurre cuando uno de estos niños especiales, generalmente autistas, resulta que a pesar de su discapacidad presenta un potencial cerebral fuera de lo normal? No nos engañemos, hay más casos de los que creemos. Pues no ocurre nada. Si los padres del niño autista «inteligente» desconocen el funcionamiento interno del colegio donde está escolarizado su hijo es muy probable que, a pesar de su potencial, dado que los profesores del centro no han mirado para él, preocupados únicamente en que no moleste al resto de sus compañeros cada curso que pasa, es un año perdido y llegará un momento en el que el «retraso curricular» será inasumible.

Este artículo va especialmente dirigido a los padres de niños «especiales» que tengan en la actualidad 2 o 3 años y que vayan a iniciar la escolarización el curso que viene.

Tienen que saber que la «integración» no existe, pero que si desean matricular a su hijo en un colegio «normal», que lo hagan en uno público en el que todos los alumnos «económicamente» son iguales, es decir, por ser «especial», el centro no va a recibir una apetitosa ayuda económica. Y que no tengan miedo a los colegios de Educación Especial; en ocasiones, es mejor que nuestro hijo autista esté rodeado de compañeros autistas o nuestro hijo con síndrome de Down tenga compañeros con su misma dificultad: unificar discapacidades facilita la igualdad educativa entre los alumnos.

No se dejen engañar por «los cantos de sirena» y, sobre todo, intenten ser felices con su hijo, el cual, desde su discapacidad, nos puede ofrecer muchas más cosas de las que creemos, en ocasiones porque no les dejamos demostrarlo. Bésenles, achúchenles, mímenles… son años que luego no se recuperan. No se centren en su discapacidad, disfruten de ellos como son y, sobre todo, quiéranles con locura, porque lo que más necesitan es amor… su amor.

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