Juego de tronos
Se ha dicho y repetido en innumerables ocasiones: hacer política es cabalgar contradicciones. La distancia entre la teoría política y la práctica supone la existencia de un espacio en el que caben infinidad de opciones.
Eso es lo que ha ocurrido en Llangréu esta semana: la visita de la Reina, acompañada por el ministro de Educación y el presidente del Principado, con motivo de un premio relacionado con el reciclaje y la gestión de residuos, ha generado diversas posturas dentro del equipo de gobierno del Ayuntamientu de Llangréu.
Tal y como recogía este diario, Somos Llangréu decidió felicitar a los alumnos del IES Jerónimo González, pero no acudir a la visita de la monarca. Las razones son claras a ojos de cualquier republicano: una figura como la Reina representa -en última instancia- todo lo que la formación política aspira a transformar. No consideran admisible que existan cargos públicos como el jefe de Estado que no estén sujetos a unas elecciones y, por tanto, consideran hipócrita asistir al acto.
Por otro lado, IU, a través del alcalde, Jesús Sánchez, sí que consideró oportuno asistir al acto. No por estar de acuerdo con la figura de la Reina -la postura sobre la monarquía de IU es abiertamente conocida por todos-, sino por considerar la ocasión como la oportunidad para dar visibilidad, peso y notoriedad a la Educación Pública.
Lo interesante es que ambas posturas tienen un elemento común: la disidencia. Ambas, independientemente de haber asistido o no, suponen un desafío a lo institucional, un grito de alarma ante la situación que está viviendo el Estado español. En ambas, tanto en la de Izquierda Unida como en la de Somos Llangréu, traslucen las protestas de la Escandalera o las camisetas verdes por la Educación Pública que hemos visto tantas veces. Ambas, a fin de cuentas, varían en el continente, sí, pero no en el contenido; en otras palabras: ambas tienen el mismo fin, pero contemplan diferentes medios.
En ese sentido, el análisis político supone una herramienta fundamental que nos permita posicionarnos con una de las posturas -o con ninguna de ellas-. Porque si, como decíamos, hacer política es cabalgar contradicciones, toca, en primer lugar, saber de dónde partimos.
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