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Eduardo Jiménez: El cura de la Laboral

24 de Enero del 2010 - Beatriz Riera Fernández (La Felguera)

El pasado 29 de diciembre leí en este periódico el artículo que hacía referencia a la jubilación después de 40 años de docente (los mismos que yo cumplía ese día) como profesor de Religión en la Universidad Laboral de Eduardo Jiménez González, también párroco de la Asunción.

No quisiera dejar pasar la oportunidad, como alumna que fui de él, de darle mi más sincera enhorabuena por el trabajo bien hecho y desearle que disfrute al máximo de esta nueva etapa.

Todos los recuerdos que conservo de mis años de estudiante en la Laboral en la década de los ochenta son positivos, y en aquellos en que intervino Eduardo «el cura», como lo llamábamos con cariño, lo son aún más. Eduardo era una persona entrañable y cercana, amigo de todos sus alumnos y alumnas. La mayoría del alumnado eran chicos internos con menos recursos que provenían de otros lugares de España y a los que la Laboral ofrecía una oportunidad única para formarse.

Las universidades laborales en ese aspecto desarrollaron una labor encomiable. De esos humildes chavales, el resto también aprendimos lecciones magistrales, dándonos cuenta que la amistad y el compañerismo no tienen nada que ver con el poder adquisitivo de tus padres. Y todo eso en unos años en los que los jóvenes aún no tenían el exceso de egoísmo, exigencia y consumismo que se apodera hoy de la juventud.

En la entrevista a Eduardo se recoge que en la Laboral actual se hace poca mención a la labor que el edificio de la iglesia desarrolló en el centro, lo cual entristece a mi antiguo profesor. Yo puedo asegurar que la iglesia de la Laboral era una parte importante del centro, he asistido en ella a diversos oficios religiosos a lo largo de mi vida académica y en el plano personal al más importante de todos, mi boda.

Porque yo contraje matrimonio en la Laboral hace ya 17 años, y fue Eduardo Jiménez el cura que me casó, es decir, mi marido y yo fuimos uno de los 1.248 enlaces que se oficiaron en esa iglesia. Y puedo asegurarles que casarse en «la Uni» era todo un gran privilegio, al que no todos podían optar; sólo antiguos alumnos y profesores. Yo como antigua alumna aproveché esa oportunidad y le pedí a Eduardo que nos casara. Como no podía ser de otra forma de él recibí todo el apoyo y las facilidades para hacerlo, pues Eduardo siempre fue una persona totalmente accesible. Sigo felizmente casada y tengo dos hijos, así que yo tampoco tolero que se diga que en la iglesia de la Laboral nunca ha habido nada. A ella, por cierto, fui acudiendo posteriormente como invitada a los enlaces de mis tres mejores amigas y compañeras de estudios que también escogieron como marco ese hermoso altar mayor, el magistral órgano y a nuestro «profe» de Religión para celebrar su boda.

Querido Eduardo, aunque seguramente no logres recordarme, desde la distancia recibe mi afecto, admiración, agradecimiento y mi respeto. Quién sabe si para mis bodas de plata volveré a ponerme en contacto contigo.

Beatriz Riera Fernández, La Felguera

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