Vergüenza ajena

26 de Junio del 2017 - Miguel Ángel Mejido Crespo (Gijón)

Vergüenza ajena. Es la sensación que tuve al llegar al instituto en el último día lectivo de mis hijas. La sensación me la ocasionó el estupor que la lectura de unas pintadas a la entrada del mismo les produjo, buscando, aunque adolescentes, ingenuas ellas, una explicación a tan cobarde ataque a la dignidad de alguno de sus profesores, por parte de otros compañeros de profesión, que en las últimas semanas las han tenido en clase viendo películas, jugando a las cartas o simplemente mirando unos alumnos a otros durante una hora esperando al absentista de turno, después de otra serie de semanas donde los exámenes, tareas, presentaciones y demás pruebas de conocimientos se amontonaban con tal "entropía" que lejos de cumplir su objetivo de evaluar sus conocimientos, más parecieran uno de esos espectáculos televisivos tan de moda hoy en día sobre supervivencia. Porque para los alumnos que a estas alturas todavía se toman en serio su formación académica, y me alegra comprobar el gran porcentaje de ellos, al menos en el instituto de los hechos, la vida académica es una cuestión de supervivencia, o al menos así se la toman con mucha más profesionalidad y rigor que alguno de sus docentes, especialmente los inductores del motivo de mi vergüenza, que supongo tengan relación con la nefasta programación del curso no sólo en cuanto a los calendarios de exámenes, sino en lo que al desarrollo de otras actividades extraescolares programadas al inicio (tan importantes a veces como las propias académicas) y de las que no se ha realizado apenas ninguna, o la falta absoluta de colaboración con otros programas de intercambio cultural de máximo interés en el desarrollo personal de los alumnos, denotándose más voluntad de obstrucción al éxito de los mismos que desinterés, pudiendo ser esto último un mal menor frente a lo anterior.

Si los portadores del spray rotulador no me merecen la más mínima consideración por su cobardía y falta de respeto, tengo la esperanza de que aunque no hayan progresado adecuadamente en la asignatura de la vida, que es la más importante, puedan corregirse en un futuro, aunque esté próxima su vida académica escolar, hay otras vidas académicas más allá que seguramente les harán arrepentirse dentro de unos años de un acto que pretende disfrazarse en lo que no es ni puede ser en modo alguno. Sobre los que no albergo esperanza alguna es sobre los valientes inductores, que, bajo un torpe anonimato, dado que llevan todo el curso haciendo participar a nuestros hijos de una guerra que no les atañe, han decidido el último día de curso, después de un desastroso año, perpetrar un ataque tan mezquino hacia alguno de sus compañeros, con una puesta en escena esperpéntica que si no fuera porque nos salpica a todos, sería hasta ridícula. Pero no, lejos de parecerme ridícula, me horroriza comprobar que este tipo de actos no los habría podido concebir ni el más recalcitrante enemigo de la escuela pública, dado el daño que estas actitudes y baja profesionalidad de algunos le producen a la misma, y, sobre todo, me horroriza comprobar que la responsabilidad de la educación académica de nuestros hijos, en algunas áreas de conocimiento muy sensibles para su formación personal, está en sus manos. Mi más sincera solidaridad para los destinatarios de las ofensas, a quienes no conozco apenas; para el resto de padres que hayan pasado la misma vergüenza que yo, y para los alumnos del centro, que creo se merecen un poco más de respeto.

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