Esa novia virtual
Había más, incluso aún alguna hoy sobrevive, pero las más conocidas, entonces, eran estas dos tiendas de discos: una ubicada al inicio de la calle de San Bernardo, y la otra cerquita, bajo los soportales aledaños al parque de Begoña. Paseabas aburrido por la calle de San Bernardo y entrabas para gastar tiempo. Bajabas por los peldaños de la escalera, escogías disco en los estantes (grupos y solistas, extranjeros o nacionales, éxitos, bandas sonoras de las pelis del momento). Una cinta, rotulada con una Dymo, separaba e informaba el tipo de música que había en cada sección. Había quien pasaba los discos, envueltos en los plásticos, hábilmente, con inusitada destreza al hacerlo en los dedos. Te colgabas los auriculares y a escuchar tu vinilo favorito, que te pinchaba en el plato, detrás del mostrador, el dependiente. Con los dedos, por supuesto. Tacto. Un sentido olvidado que hoy ya no existe porque ahora todo lo vemos tras la pantalla del ordenador o tras la minúscula y reducida pantallita del celular: nuestro disco, peli preferida, lo que sea que veamos dibujado en la pantalla, incluyendo a esa novia virtual.
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