Guarros y guarras
Ha circulado por ahí un video de varios minutos de la playa de Gijón, búsquenlo. Era la mañana del 24 de junio, el amanecer de lo que errónea y machaconamente se viene llamando la noche más corta del año.
Las imágenes son el documento notarial y descorazonador de lo cerda que puede llegar a ser la gente. No debo ahorrar adjetivos dada la gravedad de los hechos. Da igual que cabalguemos bien entrado el siglo XXI, en este país tardaremos en estar inmersos en el espíritu de los tiempos, que reclama una mirada intensa al medio natural. Si, acuso a la gente que es tan estúpida que necesita que les alerten sobre los vaivenes de las mareas porque si no se ahogan y que son incapaces de recoger su propia y triste mierda. Aquí lo único que importa es el jolgorio, un carpe diem superficial, de baja calidad, aderezado con muchos selfies de lo bien que lo pasamos haciendo botellón.
Los medios han vuelto a estar ausentes una vez más. Mucho cubrir el jijiji o el jojojó y de la otra cara del evento, la que nos afecta a todos, insisto, a todos, nada de nada. Los cuarenta grados de mediados de junio quizás estén emparentados con estas cosas, sin embargo para la prensa parece más apetitoso darle vueltas y más vueltas a las declaraciones independentistas de un entrenador de fútbol. Por ejemplo.
Lo triste es que esta imagen no es patrimonio de la playa de esa ciudad; lo volveremos a ver tras los festejos del Orgullo, después de la visita del Papa, cuando la final de Copa o por lo del Asturcón. No sirve alegar que en una concentración semejante algo de basura debe de haber, la cantidad de porquería recogida en ese vídeo demuestra que un altísimo porcentaje de los asistentes colaboró con entusiasmo a dejar su inmundicia en la arena. Tal vez, no soy sociólogo y considero esto una aventurada hipótesis, toda esta irresponsabilidad tenga que ver con el camino que se le marca a la gente hoy en día: se está alentando a una colectividad de consumidores, no de ciudadanos. El usuario o consumidor apenas se ocupa de algo más que de sus inmediatos intereses particulares, mientras que el ciudadano avanza más allá de su mismidad y se percibe parte de la vida pública. Citando a Pascal Bruckner; hay ciudadanía a partir de que un individuo acepta subordinar su punto de vista privado al considerar el bien común.
Lo que merecería una gente así es que le dejaran la mierda ahí mismo, contaminando un poco más su ciudad, empujándola a vivir en un vertedero. El cerdo aspira a una felicidad de cerdo, que decía Stuart Mill, filósofo del XIX, no delantero del Everton, como algunos creerían. Naturalmente esto es retórica, ya que en este caso no todos los gijoneses lo merecen, espero, y mucho menos el medio ambiente. Pero es obligada la reflexión, en una era y un lugar en el que los mensajes se supone que deberían llegar claros a todos los rincones, de la misma manera y canal que les llega a esos sordos lo de la última novia de Pêrenganez, el mega éxito viral de Chascaguañes o el desnudo de Putierrez, parece que se imponen la sordera, la ceguera y la imbecilidad manifiesta. A la vista queda que hay gente, mucha, mucha gente, que prefiere la irresponsabilidad frente a la enojosa y agotadora tarea de pensar. Frente a la era de la información, selfis a tutiplén, subrayando el yo, yo, yo, y después yo y dejar unas pocas neuronas, no muchas, para la cosa de las rebajas y los colores irrenunciables con los que se aspira al ascenso, o al descenso. Es lo que hay.
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