El bote de Ana Boto
No soy en absoluto imparcial con Ana Boto, a la que profeso afecto ya antiguo. Como tantos, he seguido sus salidas en medios en el ejercicio de sus obligaciones profesionales de abogada, que no todos comprenden. Incluso otro buen amigo común me ha pedido que recomiende a mi excompañera de despacho, y colaboradora eficacísima, una supuesta calma que no debería transgredir. ¡Nada de eso!: es mayorcita y muy buena abogada, que no me ha pedido consejo y por lo que no cabe de mi parte más iniciativa que ésta de reiterarle sincero y personal afecto.
La amplia entrevista que otra personalidad bien formada, Javier Cuervo, le ha hecho en LA NUEVA ESPAÑA espero aclarará dudas a tanto diletante preocupado. Ana no se arrugará jamás ante acoso alguno, pues tiene muy claros sus derechos y los de sus clientes, nos guste o no, se valore o no como exceso de celo e imaginación. Vale más excederse en la defensa, que ya hay tribunales para moderarla, que inclinarse genuflexa, como calificaban los clásicos de la abogacía, entre ellos Ángel Osorio y Gallardo.
Hasta ha muy poco la abogacía era profesión inimaginable a la mujer en la que, para estudiar, Concepción Arenal debió disfrazarse de hombre, Victoria Kent sufrió graves amenazas anónimas y, dentro del franquismo, Mercedes Formica hubo de pugnar por mil desigualdades forenses.
Felicito a Ana por la agilidad de su bote pronto a las preguntas del siempre audaz Javier Cuervo. ¡Adelante para ambos!
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