A Jorge Armayor, desde Villamorey
No han pasado muchos días desde mi llegada de Madrid buscando el reconfortante clima de Asturias y algo echo en falta en el ambiente de Rioseco.
Qué extraño, qué silencio, todavía no se me ha acercado ese hombre de aspecto un tanto desaliñado y poblada barba, esgrimiendo su típica y provocativa frase: "La casa de Maripi es para Jorge".
No comprendo y nunca comprenderé lo que ha sucedido, pero me falta Jorge, el que, a pesar de que ya no soy una niña, me trataba como tal, con el mismo cariño que a todos los pequeños que en su presencia luchan entre esconderse o permanecer a su alcance, apostando la mayoría, casi siempre, por esta segunda opción.
Cómo voy a extrañarte en las verbenas del verano coyán, surcando el baile con tus continuas e infatigables idas y venidas, acercándote a mí, una y otra vez, tomando mi mano entre las tuyas, donde noto las ásperas yemas de tus dedos con la piel rasgada de sacar los anzuelos a las escurridizas truchas del río Alba y obsequiándome siempre con un cariñoso beso, a la vez que repites la consabida y provocadora frase, la que hace que nerviosamente ponga todos mis músculos en tensión, crispándome y estirándome en mi silla.
De repente has desaparecido, aceleradamente, sin decir nada, lo siento, Jorge, pero ahora sí que mi casa ya no puede ser para ti.
Un beso, Maripi.
Juan Luis Roces Suárez, tío de Maripi, que escribe la carta en su nombre, Rioseco (Sobrescobio)
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