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Sonríe en la tristeza

5 de Julio del 2017 - Aitor Fernández Jiménez (Gijón)

Caen con cuentagotas las lágrimas por tu rostro, y bellos tonos azules se reflejan en ellas, iluminando la oscura habitación. Levantas la mirada, aprietas los dientes y notas cómo te duele el alma. No lo entiendes, no te lo explicas, tan de repente...

Por la rendija de la ventana apenas entra un mísero rayo de luz que alimente tu esperanza. La desazón es completa, y el dolor, intenso. Buscas mil respuestas para mil preguntas, todas ellas válidas y a la vez absurdas.

Vuelves a agachar la cabeza. Te sientes derrotada, cansada..., no hay consuelo que pueda aliviarte. Aprietas los puños y te escondes tras las sábanas. Te quieres perder en esa soledad y penumbra, abandonar este mundo para siempre... parece que es la única salida que encuentras.

De repente, dos suaves golpes sobre la puerta, casi imperceptibles, te sacan de las tinieblas de tu pesadumbre. Intrigada, preguntas con la voz llorosa quién es. Al otro lado, una voz familiar te llega al alma, y te pide permiso para entrar en tu rincón de amargura. Al principio dudas, pero sabes que te comprende mejor que nadie, y le permites entrar.

La puerta se abre con el suave tintineo del tirador, se desliza casi como una sombra. Te vuelves a refugiar en tus sábanas. ...l no es quien te ha hecho daño, pero no quieres que te vea así. No media palabra, se acerca hacia ti y se te queda mirando fijamente tu rostro plagado de lágrimas. Entiende tu dolor, siente tu pena y busca esa mirada de la que siempre ha estado maravillado. Se sienta en el borde de la cama, junto a ti. Casi puede sentir tu respiración entrecortada.

Pero sigue sin decirte nada. Sabe que el silencio es ahora tu mejor remedio y no necesita decirte nada para saber cómo y qué sientes en ese instante. Entonces, te abraza con fuerza, sientes sus latidos acompasándose a los tuyos. Dos caricias debajo de tus párpados secan tus lágrimas.

Por el quicio de la ventana entra el primer rayo de la luna bajo la oscura noche, e ilumina tu rostro. Observas su tierna y cercana mirada. Comprendes, entonces, que el destino aguardaba tu estrella mucho más cerca de lo que habrías imaginado.

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