Porque era monja

5 de Julio del 2017 - José Antonio de Lillo Cuadrado (Moreda)

Hace días nos enterábamos, casi por el procedimiento abreviado de “boca a oreja”, de que en Granada había sido agredida una monja “por ser monja”. Así de claro y rotundo se justificó el héroe. Razón inapelable. El hecho tuvo poca difusión, por no decir ninguna. Quizá en letra pequeña, como la que suele aparecer en el reverso de algunos documentos trampa o en un rincón, confundida con los pasatiempos.

Cada día oímos que hay que “educar en valores”. Cada día leemos convocatorias de marchas por la igualdad. Cada día nos enteramos de que se imparten “talleres” por la paz, contra la discriminación, contra la violencia de género, contra la xenofobia, la homofobia, pero, que se sepa, no hay ningún programa de “educación en valores” ni ningún “taller” en cuyo currículo figure el respeto a las creencias de los demás. Quizá sea demasiado exigir. No hay presupuesto para tanto “taller” ni para tanto “valor” y, menos, para uno de esta índole. Faltaba más. Mejor sería decir que no hay voluntad. Especímenes como el agresor beben en los mismos manantiales que quienes ponen bombas en la basílica del Pilar de Zaragoza y quieren expropiar la seo; respiran los mismos aires espesos que los del “arderéis como en el treinta y seis”; corean que “la iglesia que ilumina es la que arde”; aplauden a los que decapitan una imagen de la Santina; son los mismos que insultan a un cura que advierte a un niño de que tenga cuidado con no romper con la pelota cristales de la iglesia…

¿Qué habría hecho este personaje si en vez de dar con una toca se hubiese encontrado con un hiyab o un burka? Lo más seguro es que no hubiera pasado nada, por si acaso. Individuos como éste, que no tienen nada positivo que ofrecer, lo único que hacen es sembrar el odio por donde pasan.

Llamarse cristianos es peligroso en países de otras latitudes, pero apellidarse católicos empieza a ser una amenaza para quienes lo somos, desde las Columnas de Hércules hasta el mar Cantábrico y desde el cabo de Creus hasta el de Finisterre.

¿Quién aconsejaría a esta pobre mujer que entrase en un convento? ¿Y cómo se le ocurrió salir con hábitos a la calle, aunque sólo fuera para acompañar a unos niños al colegio? ¿Cómo cometería tal delito? Ese valiente no sabía o no quería saber que antes que monja era persona y que como persona tiene derecho a ser respetada.

Que Dios nos libre.

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