Un tal Tardá

14 de Enero del 2010 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Estrasburgo compite con Bruselas por el récord en pesebres de oro por kilómetro cuadrado. Tenía que ser en Estrasburgo donde unos magistrados (a los que con tanta Visa-Oro no les debe de quedar sitio para el sentido del ridículo) sentenciaran sin cortarse un pelo que una escueta cruz colgada en una clase, allá en el profundo sur de Italia, era incompatible con la libertad de conciencia de un escolar menor, hijo de una finlandesa que resulta ser la denunciante además de la madre del cordero.

Si uno no hubiera comenzado el año con el firme propósito de atenerse a rajatabla al canon de lo políticamente correcto, empezaría preguntando qué se le perdía tan al sur a esta señora tan del norte; pero atados por esa determinación tan determinada, vamos a dejar a la finlandesa en paz en esta guerra. Que de guerra estamos hablando y nada menos que de guerra de religión. Pues si en algún sitio tienen experiencia en estas guerras es en los Países Bajos. Tal vez por eso, siguiendo el principio de si no te gusta el caldo, taza y media, no esconden allí los signos de cristianía y en muchos comercios, en bastantes bares y hasta en alguna discoteca luce una cruz adornada con una pequeña rama, que debe de ser de boj, pues ni olivo ni laurel crecen allí; a veces, sobre todo en zona flamenca, lo completan con una fotografía del Papa.

En más de veinte años viviendo en aquellas tierras, nunca me pasó por la cabeza que aquellas modestas cruces con sus sencillos ramos estuvieran amenazando mi libertad; ni la de conciencia ni las otras, por ejemplo la de seguir siendo omnívoro o convertirme en vegetariano. Tal vez esta falta de sensibilidad traiga causa de que no soy hijo de finlandesa (cosa, a estas alturas, sin remedio). Aunque personalmente prefiero atribuirlo al hecho de que en aquellas barras presididas por la cruz te sirven las mejores cervezas de Europa, sin que previamente tengas que recitar el credo o el barman te pregunte si estás en gracia de Dios; en otras palabras, que aquellos comerciantes tan cristianos hacen caja asegurando un servicio perfectamente ecuménico. No podía ser de otra manera ¿O hay algún cretino para pensar lo contrario? Pues hete aquí que haylos.

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Estrasburgo, a unos diputados del Pesoe les faltó tiempo para presentar en la ventanilla correspondiente una proposición de ley pidiendo que la sentencia estrasburguesa se aplique al pie de la letra en toda la extensión del ibérico solar, incluyendo las islas adyacentes y los peñones de soberanía; sin olvidar a las cabras de Perejil, que injusto sería excluirlas de los progresos del laicismo, en su meritorio y mansísimo rumiar. Lo hemos visto por la tele: asistía a sus señorías en tan piadosa ceremonia, actuando de diligente monaguillo, un tal Tardá muy puesto de atributos para el caso (entiéndase, con su faldón rojo y roquete de muchas puntillas, a más de una enmarañada pelambrera de alborotados tirabuzones; un monaguillo de postal navideña, que es este Tardá chaval muy fotogénico y las cámaras lo quieren, lo miman, lo buscan y se lo disputan).

En otro orden de cosas, cómo se nota en ese tirón por los asuntos de iglesia que los chicos de Ezquerra Republicana son casi todos ex-seminaristas. Pero no nos apartemos del argumento: nadie pretende que los españoles se muestren tan flamencos como belgas y holandeses, pero al menos que no se dejen liar en falsas y tardías (¡Tardá!) escaramuzas de religión, al socaire de unos jueces que ni tuvieron la decencia de echarse la toga por encima del mandil para alumbrar esa parida de sentencia. La religión es una cosa demasiado seria para dejarla en manos de políticos metidos a sacristanes. Que se dediquen a lo suyo; y si lo suyo no alcanza para ocuparlos a todos que se den una vuelta por África para luchar contra el sida ya que los tiene tan alarmados los estragos que, según ellos, está haciendo por allí la doctrina pontificia sobre el preservativo.

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