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El circo y el pan

10 de Julio del 2017 - José Luis Peira (OVIEDO)

Hay quien no es capaz de imaginar un circo sin animales. Basta con ver la tele de vez en cuando, así de simple. El mayor y más prestigioso circo de la actualidad, el más rentable y con mayores infraestructuras es indiscutiblemente el Circo del Sol, Cirque du Soleil, para los amigos, cuyos únicos animales exhibidos son los “Homo sapiens”. Los tiempos cambian, qué se le va a hacer.

Esa obstinada negación de la realidad no es nada nuevo. Cualquier avance se estrelló en todo tiempo y lugar contra la corriente del hábito, pongamos como ejemplo a toda esa humanidad para la que estaba claro que el universo rotaba en torno a la Tierra. El empeño de unos pocos valientes que se jugaban la vida por defender la verdad fue abriendo brecha en ese pensamiento inmóvil. Es de suponer una resistencia a la desaparición en su momento de los espectáculos con gladiadores, porque nunca faltará una masa inercial dispuesta a permanecer en el ayer. Sólo los monigotes tienen identidad fija, que dijo un sabio. De haber sido por los obtusos todavía habitaríamos un planeta plano, centro del universo, entretenidos por peleas a muerte entre seres humanos y aquejados con resignación por males enviados por los dioses que trataríamos con emplastos, sahumerios y oraciones.

Que patas más cortas provoca en fanatismo, o al revés, cuando no se alcanza a comprender uno se fanatiza. Me admira comprobar que algunos sitúan el pensamiento discrepante en un arquetipo singular de persona. Para ellos todos los que están en contra de los espectáculos de tortura son idénticos: igual de altos, con el mismo color de pelo, de ojos y opinando y votando exactamente igual, como humanoides sin voluntad propia reclamando Soma. En fin. Yo, por ejemplo, estoy en contra de los espectáculos con animales, de tener perros encerrados en un piso o atados de por vida y además me gusta el chuletón. No veo ninguna contradicción en ello, explicado para mentes párvulas sería más o menos que me irrita que se disfrute maltratando a un animal pero no veo inconveniente en alimentarse de ellos, aunque asumo que otros verán la vida con otros colores. Hay quienes plantean, a uno y otro lado de la barricada, que para estar en contra de los toros hay que ser vegetariano. Valiente idiotez.

Una manoletina o una verónica pueden ser bellas, también el resplandor de un hongo atómico. Hay argumentos que ya no se sostienen. El mundo, afortunadamente, a pesar de sus cerriles opositores, se encamina a una nueva cultura.

Con el pensamiento miope se llega poco lejos, es la verdad. La corriente de los tiempos plantea y empuja a mirar de otro modo al planeta, a sus otros habitantes, a sus equilibrios, necesidades, y sugiere que adaptarnos un poco a ellas es un respeto que termina por rebotar y hacernos bien. No siempre se acertará con las fórmulas, claro, pero cuando una cosa merece la pena, incluso merece la pena hacerla mal.

En esta misma línea, pero subiendo unos peldaños en el escalafón intelectual, se llegaría a los negacionistas, esa otra capa externa, resistente al cambio, empeñada en la mejor de sus versiones en debatir si son galgos o podencos lo que se nos viene encima. Zafios doctos que apelan a estadísticas no del todo desarrolladas sin considerar lo esencial: que el cronometro está en marcha y no viene a negociar.

Lo explica mejor que yo Callum Roberts, un prestigioso oceanógrafo cuando señala: “El golpe ha llegado antes al pescador filipino que al cliente del súper europeo o americano. Pero ya nos llegará. Somos devoradores viviendo por encima de nuestras posibilidades”.

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