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¿Anularme el pensamiento? No

26 de Julio del 2017 - Inés Morán Álvarez (Oviedo)

Mi niñez fue feliz. ¡Cuántas veces la rememoro! Tuve la inmensa suerte de que mis padres me dejaran vivirla en su autenticidad, con esa magia creativa e imaginativa que tiene la infancia para ver el mundo de rosa. Recuerdo mis cuatro, cinco, seis años..., los nombres de mis muñecos, sus vestidos y cuáles eran mis favoritos. Recuerdo mis juegos compartidos en el Campo San Francisco con otras niñas de mi edad: justicias y ladrones, cascayu, comba, alfileres, canicas, etcétera. Sin duda, el periodo más hermoso de la vida en que todo se creía y veía limpio, gracias a la inocencia y candidez de niño que jamás nadie debería hacer desaparecer.

Crecí, como crecemos todos, formándome un concepto de la vida, con un pensamiento personal y libre para analizar las situaciones y circunstancias que la vida me fue presentando y tomando con pleno derecho mis decisiones. Las opiniones y consejos que pude escuchar y recibir no fueron en ningún momento una imposición, sino una sugerencia. Crecí, pues, en libertad.

Y llegué a la edad que tengo satisfecha de no haberme nunca dejado manipular y sin resentimiento alguno. Fui aprendiendo, como todos, día a día, de lo que la edad y la vida me iban señalando, con un buen resultado.

¿Y por qué tanto preámbulo? Porque necesito decir en voz alta o a través de estas líneas que admiro las diferentes formas de ser y de pensar de las personas, lo que quiere decir que aplaudo y defiendo la diversidad humana y la diversidad de su pensamiento. Esto es algo verdaderamente enriquecedor para todos y para cada uno.

He conocido muchas modas, interesantes unas y absurdas otras, pero si alguna me parece radicalmente inhumana es ésta que pretende imponer un pensamiento único que no es otra cosa que anular a la persona en su derecho que tiene a ser diferente, y empobrecerla hasta el grado máximo. Todos sumidos en una misma ideología seríamos un rebaño de ovejas balando ridículamente con un mismo sonido, sin rumbo, sin contenido, llevado al abismo por no sé qué impostor pastor.

El sexo, que para unos es un dios –parece que trascendente– al que quieren que conozcan los niños, se aprende sin dificultad con la vida y a la edad correspondiente. Enseñar a los niños a respetar las diferencias de las personas en cuanto a su género o transgénero se hace a través de la educación, pero de una educación con valores humanos, con ética, con urbanidad. Un niño formado íntegramente en valores sabrá respetar a toda persona humana con sus peculiares y diferentes características, sean las que sean, y lo digo por propia experiencia.

Si hay algo que denigra a la persona es el dejarse esclavizar servilmente, y no hay mayor esclavitud que la de dejarse privar del propio pensamiento para acatar el impuesto, el que nos quieren introducir en nuestras mentes y en nuestras vidas dictatorialmente y sin derecho alguno, el “pensamiento único”, la tan cacareada “ideología de género”.

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