Lamentable Iberia
Una vez más, Iberia ha dado una gran lección de cómo ofrecer un servicio pésimo a sus clientes. Atentos a lo que les voy a contar.
Todo empezó con el vuelo Asturias-Madrid del domingo 10 de enero de las 17.35 horas. Llegamos a Barajas con 45 minutos de retraso, a los que hubo que sumar otros 20 minutos más porque el pobre avión se quedó a tres metros del finger (la pasarela por la que salen los pasajeros) y tuvimos que esperar por un remolcador. A las 20.00 horas y dispuesta a seguir volando de Madrid a Frankfurt tomé asiento en el avión (exhausta de correr) sin saber que no me movería de ahí durante las siguientes cinco horas y media. Las primeras tres horas y media las sufrimos a la espera de pasar por la máquina de deshielo para por fin poder despegar, cosa que desgraciadamente no pudo ser debido al cierre del aeropuerto de destino. Lo insólito llegó a continuación, pues ni Iberia ni Aena fueron capaces de facilitar una escalerilla para bajar a los pasajeros del aparato. A lo largo de dos largas horas la tripulación no dejó, primero, de disculparse por lo que estaba pasando y, después, de expresar su asombro ante una situación tan inexplicable como lamentable. Pero los milagros existen y la tan ansiada escalera llegó a la 1.30 horas.
La segunda parte de esta desventura tiene lugar en la T4. Allí me uní a las largas colas para conseguir una nueva tarjeta de embarque para el día siguiente. A eso de las 4.15 de la mañana me llegó por fin el turno. Pedí salir en el primer vuelo posible. La respuesta del fulano que me atendió (¡cómo lamento no haber apuntado su nombre!) fue literalmente ésta: si usted quiere llegar temprano a Frankfurt cómprese un jet privado y dé gracias que tiene la tarjeta Iberia Plus, porque si no, no iba a salir de aquí.
A las 21.10 horas del día siguiente y con sólo 70 minutos de retraso conseguí poner tierra de por medio. Iberia ya ha recibido mi reclamación y puedo imaginarme perfectamente la respuesta. Ustedes también, ¿verdad?
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