Basta ya con más abortos
El aborto y sus regulaciones legislativas no pueden ser sino objeto de recusación general en la España que, hoy por hoy, piensa y siente en cristiano.
Todos los medios de comunicación se hacían eco en este país, justamente cinco días antes de la antitética y gozosa celebración del nacimiento del Hombre, de la funesta noticia de ese día (20-12-08). El partido del Gobierno, decían los rotativos, impulsa, para febrero, aborto libre hasta las primeras catorce semanas, con ampliación de plazo hasta veintidós semanas en casos de malformación de fetos, y con predicción de una ley de plazos con nuevos supuestos. Se adherirían al plan con seguridad IU, ERC y BNG; con probabilidad, UPyD; mientras que podrían dejar libertad de voto a sus diputados CIU y PNV. Frustración, indignación, tristeza fueron para muchos los sentimientos suscitados por el comunicado. Por ser reiterados y conocidos los argumentos que suelen aducirse en estos casos en defensa de la vida, no entro en su valoración, sólo detenerme en un par de consideraciones y una breve reflexión sobre vida humana y persona.
Si desde la ciencia resulta incontrovertible que la vida humana comienza en el momento de la concepción, y durante su desarrollo en el útero materno como ser humano está protegido por las leyes, incluido nuestro Tribunal Constitucional, ¿quiénes somos nosotros para impedirlo que nazca?, ¿quiénes son los gobiernos, los políticos o los parlamentarios para decretar la posibilidad de su eliminación en cualquier fase de su desarrollo? Nadie se puede arrogar tal potestad ni el de poder determinar el número de días o semanas de vida. Ninguno de los diputados que votarán este proyecto fue elegido por estar a favor o en contra del aborto, entre otras cosas, porque el tema fue cuidadosamente evitado en los últimos comicios que originaron su elección. Lo cual exigiría una consulta popular en las urnas. Si hay un recurso ante el Tribunal Constitucional sobre la ley de plazos, se dice que el PSOE buscará argumentos jurídicos para salvar posibles escollos, como que el feto no es persona, etcétera. En el caso de que esto fuera cierto, sería un argumento insostenible.
La disociación entre la vida humana y persona se basa en la premisa de que hombre es todo organismo viviente de la especie humana, y persona, sólo quien tuviere características típicamente humanas. Se basa semejante tesis en el dualismo cartesiano entre «res extensa» y «res cogitans». Pero sabemos por el pensamiento filosófico-cristiano que junto al cuerpo, cuya existencia proviene de la fusión de los dos gametos, existe un principio de vida humana, con capacidad de pensar y elegir libremente. Tener esa capacidad no significa ponerla en acto en el mismo momento en el que está. Una cosa es la capacidad de pensar y otra, pensar. Entraríamos en los conceptos de acto y potencia, y sobre la prioridad del acto sobre la potencia; dicho en otras palabras, para que exista una potencialidad debe existir un acto sobre el que esa potencia se apoye (nunca llegaría a ser anciano si antes no fuera joven). De la misma manera, un embrión o feto no es una persona en potencia, sino persona en acto con potencialidades. Si no fuera persona ya, ¿cuándo comenzaría a serlo? La elección de uno u otro momento como momento clave para afirmar que el ser humano se convierte en persona es meramente arbitraria. Saber desde el punto de vista científico cuándo hay ser humano sería desde luego suficiente para no disociarlo de la persona humana y así considerarlo y respetarlo tal como se merece.
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